Y sé que me lees a escondidas, en
el sublime secreto de ti misma, como una niña asustada que sabe del abismo del pecado
pero juega en sus bordes resbaladizos como no queriendo, o como una ninfa
furtiva que merodea los territorios del fauno deseando allá en el oscuro fondo
de sus íntimas ansias ser atrapada en sus redes de lujuria, en sus trampas
voluptuosas, en sus eróticas liturgias. Y te buscas entrelineas, rastreas tu
nombre invisible, indagas por mis mensajes escritos solo para tus ojos curiosos
en los mismo códigos que abren tus mañanas, tratas de leer el manuscrito original,
sin las tachaduras de mi timidez ni los borrones del recato o la respetuosa
censura. Y te acercas ingenua para leer la letra chica, esos rastros de
hormigas entintadas que solo tus ojos ven, y escudriñas en los párrafos para
ver el reflejo de tu cuerpo desnudo en el espejo de mi verbo que arde como una
llama que atrae la insegura y nocturna mariposa. Y rondas y palpas y sopesas
una a una las palabras, para sentirlas en tu piel como caricias o lamidos, y te
recorren misteriosos estremecimientos cuando encuentras un eco, una breve reverberancia
de mi voz/verbo que repite lo antes ya dicho, eso también lo sé. Y se te va la
imaginación desbocada a lo que podría llegar a suceder o vivirse, a los vívidos
detalles imposibles que declaran las frases que más relees, y sueñas besos
impúdicos, dedos revelando al trasluz tus deseos, y entrecierras tus ojos y
dejas de leerme en tu clandestinidad pecadora para que yo pueda seguir
transcribiendo lo que haces y sientes cuando me lees. Y es que solo saber que
me lees me basta para justificar todo lo que te escribo.
lunes, 14 de octubre de 2013
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