Ese silencio que esconde a la ninfa asustada detrás
de perfumados jazmines o florecidas madreselvas, detrás de sus pudores y
recatos, detrás de sus temores o terrores, detrás de la femenina vergüenza de
ser, hacer o mostrase en la desnudez de la ominosa realidad. Que quizá esconde
la mano atrapada en dulces e íntimas orgías onanistas, vulva y pechos
entregados a la exploración de una lujuria personal, los dedos urgidos en
solitarios ritos de goces egoístas, el cuerpo contorsionado por la búsqueda
inalcanzable del placer total, del orgasmo ansiado, del laxo descanso saciado
para alcanzar la brevedad en el insomnio. O que esconde el sollozo culpable de
la soledad carnal insaciada en su plenitud, intocada aun por la vorágine del
clímax que abunda en los sueños de hembra desolada, en los imaginarios del
nocturno clavado en las penumbras del amanecer rutinario, allí en el vacío y
seco desierto del lecho baldío. Ese silencio cómplice que esconde a la indomable
gata en celo allá en el alto tejado del castillo inexpugnable husmeando el
denso aire de la noche, intentando describir en la brisa quieta y cálida las perturbadoras
feromonas del vicioso gato voyerista que la persigue asustado desde la tímida
blandura de su salón, imaginando en sus turbias masturbaciones que la posee
desde ese cauto lejos de su cobardía. El silencio oprobioso de la mujer hembra
frustrada en sus deseos, en sus inquietantes ansias nunca consumadas de
entregarse a la copula en una locura de sensualidad desatada, arrastrando hasta
el abismo del olvido sus trancas y sus inflexibles obsesiones, su inquisición intransable,
su contenciones voluptuosas. Ese silencio que oculta en las sombras la silueta
de un gatito curioso que merodea sigiloso entre los perfumados jazmines y las
florecidas madreselvas rastreando una deliciosa presa vulnerable. Ese silencio.
viernes, 25 de octubre de 2013
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