Solo el deseo carnal, nada más, la sensación del roce
de un cuerpo contra otro, la piel encendida en sus sensibilidades extremas,
caricia, beso, lamido, el calor corporal abarcando la agitada respiración, el
sudor derramándose en densas gotas por entre las dulces turbiedades del pecho y
los senos restregados, por el vientre macho y el pubis hembra, el sabor de la
saliva embebiendo los labios besados, mordidos, la desnudez en su pureza
natural, sin pecado, como una tentación inquietante pero depurada de oscuras obsesiones,
de pequeñas perversiones o alteradas vergüenzas , las piernas trabadas en un
ensamble más que erótico, al borde de lo salvaje, la intensidad de las manos
que escurren y recorren, que se deslizan con suave impudicia a lo largo y ancho
de la posesión y la entrega, las bocas hambrientas atrapando los pezones o el
falo, succionando, lamiendo, diluyendo el miedo y la timidez, la desolada
cobardía de sentir y hacer sentir, las lenguas resbalando por los despeñaderos del
placer, hurgando, repasando una y otra vez los lugares del goce, el cielo y el
infierno bloqueados en esos instantes en el que los pensamientos se vuelan
asustados y los instintos abarcan todo el aquí y el ahora, la vulva húmeda en
su tibieza de selva, en ávida espera, la verga erguida punzando, en ávida búsqueda,
la delicada pene/tración como un intento, como un juego inocente, como al
trasluz de la lujuria, la sagrada alquimia de la copula, los íntimos fluidos
lubricando, el semen derramándose en el surco y la hondura, los quejidos, el
abrazo ceñido hasta la desesperación que quiere traspasar la soledad,
com/pene/trar los cuerpos hasta convertirlos en una sola estatua de sal.
sábado, 19 de octubre de 2013
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