jueves, 24 de octubre de 2013

EDIPO ENCARCELADO


La rendija, el niño recién macho descubriendo el deseo aun inexplicable en el terror del pecado, la observada inocente sentada en el lecho, el sostén, blanco, edípico, los brazos maduros y pálidos que con lentos movimientos lo quitan, surgen los pechos, amplios, llenos, de oscuros y grandes pezones, la mirada clavada hasta el dolor. La hendidura en la madera como una grieta que da al infierno eterno por venir, el ojo asombrado, extasiado, lujurioso, la respiración acezante, retenida para que no retumbe en el ominoso silencio, la boca entreabierta ente la visión de esos dos botones morenos como monedas de cobre de un reino prohibido, de esos senos mullidos, blandos, grandes, que buscará con sicótica vehemencia por todos los años, todos los lugares, todos los rostros, todos los cuerpos desnudos y rendidos, sin volver a encontrarlos jamás. Esas son las imágenes que lo perseguirán para siempre a través de todos los laberintos carnales, semillas latentes de sus futuras pequeñas perversiones, el tabú ancestral ha sido transgredido, el pecado original se ha consumado. La mano que busca sin saber qué hasta que encuentra la carne erguida y dura, sensible, los instintos desbocados, la razón naufragando en el deseo incontenible, la mano aferra, aprieta, se mueve en un primitivo vaivén estremeciendo el cuerpo del púber que observa cegado por el espanto del pecado. Los ojos permanecen quemándose en la contemplación viciosa, la mano urge, sube y baja, corre y descorre, masturba. La eyaculación pecadora e incestuosa del espectador asustado, impúdico, insaciable hasta el fin de los días, estalla, escurre por los dedos inaugurando un vicio inextinguible. Una camisola que vuelve a ocultar el busto desnudo como un erótico atardecer. El pecador se hunde en su tardío arrepentimiento ahogado, sofocado, laxo. Ya no habrá más abstinencia, el castigo será una ceguera incomprensible que le impedirá hasta la eternidad escapar de la sombría caverna de la soledad.

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