Pour la
Comtesse à la distance
Difusa, breve, casi desaparecida, en un revoltijo
de albas sábanas en el lecho de uvas y mar, como marejada de lisas espumas
llegando a las suaves arenas de tus piernas, y un rojo oscuro tirando a un
vinoso burdeos, el edredón de grandes flores en claro té con leche sobre un
fondo café y un egoísta celeste sobre tu pubis para negar los pelitos. Solo
parte de tus muslos asomados mostrando las piernas entreabiertas. Todo inmerso
en un silencio cristalizado, en un vacío de ausencia, en una quieta soledad que
repite inequívoca la lejanía corporal del que mira. El deseo emerge por entre
tus carnales incitancias, brota irguiéndose ante tus tensiones sensuales, cuaja
en tus morigeradas morbideces sexuales e inunda las copas de nuestras pequeñas
perversiones, porque hace tiempo que tu imagen me pertenece más a mí que a ti,
porque solo yo puedo ver y reconocer ciertos íntimos detalles que tu espejo no
refleja, porque al final, no se trata de ver algo, sino de seducirte con la
mirada distante, escondida, que tu sientes sobre tu piel como una intensa
sensación de calor, de caricia, de un lascivo pero sutil manoseo. Te evades
sabiendo que dejas abiertos los surcos del deseo, que dejas erecto el mástil de
la barca lujuriosa que navega por tu noche marina para encallar entre las
oscuras algas que circundan tu vulva anegada, que dejas la mar densa y caliente
derramada, que dejas una mano ocupada buscando una aguja en el pajar, y eso lo
gozas sin temor porque te salvan el tiempo y la distancia. Allá al fondo el
muro verde y la puerta cerrada, muy cerrada.
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