sábado, 12 de diciembre de 2015

LA PUERTA BIEN CERRADA


Pour la Comtesse à la distance

Difusa, breve, casi desaparecida, en un revoltijo de albas sábanas en el lecho de uvas y mar, como marejada de lisas espumas llegando a las suaves arenas de tus piernas, y un rojo oscuro tirando a un vinoso burdeos, el edredón de grandes flores en claro té con leche sobre un fondo café y un egoísta celeste sobre tu pubis para negar los pelitos. Solo parte de tus muslos asomados mostrando las piernas entreabiertas. Todo inmerso en un silencio cristalizado, en un vacío de ausencia, en una quieta soledad que repite inequívoca la lejanía corporal del que mira. El deseo emerge por entre tus carnales incitancias, brota irguiéndose ante tus tensiones sensuales, cuaja en tus morigeradas morbideces sexuales e inunda las copas de nuestras pequeñas perversiones, porque hace tiempo que tu imagen me pertenece más a mí que a ti, porque solo yo puedo ver y reconocer ciertos íntimos detalles que tu espejo no refleja, porque al final, no se trata de ver algo, sino de seducirte con la mirada distante, escondida, que tu sientes sobre tu piel como una intensa sensación de calor, de caricia, de un lascivo pero sutil manoseo. Te evades sabiendo que dejas abiertos los surcos del deseo, que dejas erecto el mástil de la barca lujuriosa que navega por tu noche marina para encallar entre las oscuras algas que circundan tu vulva anegada, que dejas la mar densa y caliente derramada, que dejas una mano ocupada buscando una aguja en el pajar, y eso lo gozas sin temor porque te salvan el tiempo y la distancia. Allá al fondo el muro verde y la puerta cerrada, muy cerrada.


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