domingo, 27 de diciembre de 2015

VIAJE VISUAL HASTA LA NOCTURNA


Pour la très bonne amie, la Comtesse

Ya la mañana había traído en su matinal frescura deliciosas piernas suaves, toda mórbida piel y lunares manchitas devoradas por los superhéroes atrapados en la cajonera, ya se habían encendido los deseos antes del viaje atardecido rumbo norte alejándose. A la noche fue la voz, las voces jugando a las nimiedades de lo cotidiano inmersas en la distancia, entreveradas en las luces de los barcos reales y los imaginarios, las risas inocentes que ocultaban nerviosas esperas, la tensión de lo inminente no dicho ni convenido, la mano macho manoseando el miembro laxo acechando, ella allá en su altura imposible la pierna extendida hacia lo alto, la punta del pie tocando el atrapasueños, incitando largas y delicadas caricias, y largos y lascivos lamidos. Pero se fueron agotando los temas y el tiempo, y fue tan sutil el juego que no se dijeron las palabra precisas y necesarias, y vino desde ese lejos amistoso y coqueto el silencio. Sucedieron lentos cinco minutos y entonces vino ella dulce e inocente en su tierna camisola rosada con florcitas rojas y rosado más intenso y verdes hojitas y grandes flores en blanco y amarillo, retornó jugando a ser intocable vestal, juguetona hurí, musa de ardientes lejanías y buena amiga que escancia su agua sexual al vicioso sediento, volvió con las piernas cruzadas de lado sobre el lecho, y en el rincón oloroso donde convergen sus muslos el íntimo triángulo de pelitos. Ardió la noche marina en la hoguera desatada, volvieron las voces ahora en el juego esencial del unilateral sexo desenfadado, y todo fue gemidos y susurros, risitas ‘nerdiozas’ y una voz asombrada o excitada, la mano masturbaba mientras los ojos devoraban hurgaban gozaban la convergencia peludita, la carnalidad excitante, la imaginada sensación de la tibieza, la humedad y el aroma, la mano frota, la boca susurra, el cuerpo semidesnudo tendido en el lecho costero se estremece agotando la copa del placer, en la noche ahí y allá la alta noche es desasosiego, es imaginación negada, es tortura por no fluir, es mano agarrotada controlada retenida, el cuerpo quieto esperando que la razón naufrague en la mar turbulenta de los instintos, y no. Ahí la voz ahogada testifica el goce, la densa eyaculación escurriendo pegajosa en la mano pecadora, allá, ella silenciosa abrumada por el otro silencio avergonzado. La despedida formal, tímida, como si nada hubiera sucedido en la noche cómplice y testigo. Consumado el rito él se dejó caer en la profundidad del sueño saciado, y ella se quedó quemándose así misma como una brasa enterrada en la ceniza en la alta noche de su lejano templo inaccesible.


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