Para C.
Volví a ti desde las salitrosas
arenas de un seco desierto que no te conoce sino por mi voz que te va dibujando,
que te va describiendo enamorada, sutil y soberana sobre los reinos de
extraviadas piedras solitarias y subterráneos minerales silenciosos arrancados
de sus sueños escondidos. Volví con la vasija de los deseos burbujeando en las
ansias de macho, la carne tensa en su arco de lujurias, la mano presta, el
miembro erecto, y allí estaba esperando tu seno desnudo con su hermoso pezón
coqueto titilando en medio de la tierna comba mórbida, en la suave duna de tu
piel hechizante. Volví al deseo de tus leves cercanías, al sabor de tus rojos
labios besando, al abrazo de tus ternuras entre tus pechos, al mullido tacto
incitante de tus nalgas, al sereno rumor de tu voz en el bosque, a la felicidad
de poseerte mía siempre en la deliciosa posesión de mí por ti. Volví a la
tentación del dulce pecado de masturbarme en tu ausente presencia, de ser tu erguido
macho potro en celo urgiendo con mis tus ojos pervertidos la sabrosa desnudez
que me regalas cuando vuelvo cansado y hambriento desde las arenas salitrosas
de un desierto que ahora te conoce porque allí derramé mi leche viril sobre los
montes de tus senos. Volví a saciarme de ti en la complicidad de todos los años
vividos en la secreta consumación de nuestras sexualidades, en la comunión sin
pecado de ser uno, un solo ser que vibra así estremecido en la eternidad de
todos nuestros tiempos.
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