“La noche se perdió en tu pelo...
la luna se aferró a tu piel”
Penumbras. Roberto Sánchez
Me fui bordeando estremecido los oscuros
matices de tu imagen, mis ojos enclaustrados hurgaron tus tibias penumbras, allí
en las sombras donde eras carnalidad pura y esencia sublime de los deseos que
te persiguen sin que lo sepas por los tormentos que genera la intocabilidad
sagrada de tu cuerpo, donde aniquilas los fervores y las ansias, donde debo
sobrevivir sin tu intensidad corporal allí contenida en la brevedad de tu torso
apenas, del canalillo entre tus pechos inmortales y del tibio laberinto de tus
clavículas. Rocé estremecido los blancos metales encadenados a tu piel
destellando entre tus senos o atrapados en tus dedos con sus fulgores de
filosas dagas, imaginando sus caricias hirientes sobre mi excitado cuerpo enamorado.
Allí, en las oscuridades de todas las lujurias fui convergiendo una y otra vez
enviciado en los sexuales claroscuros, en la escotadura supraesternal, en ese hoyuelo de la
base de tu cuello donde se quedaron a retozar mis más sucias y dulces perversiones,
mi lengua lamiendo esa oquedad perturbadora, mi dedo, el del corazón por
supuesto, rozando su tibia e insinuante concavidad. Exploré ciego de
vehemencias las provocativas estructuras carnales de las cavidades de tus clavículas,
la breve sima central, los surcos claviculares, la tersa y tensa piel sobre tus
huesos instaurados, y mis labios se me iban perdiendo sin retorno por los calientes
cuencos de tu piel oscurecida. Navegué sin tiempo extraviado en la curvatura del
contraste del negro de tu blusa con la mórbida claridad sensual de tu escote,
en la comba tibia, suave y mullida de tus pechos, en su turgencia palpitante, en
su incitante convexidad. Y supe, en el último destello de razón antes de
naufragar dormido entre tus senos, que no escaparas a que desde ahora te piense
en plena desnudez acá a mi lado en el lecho prohibido y te posea cada noche
venidera para consumar a mordiscos y ansiosas penetraciones tu incitación de
sombras y penumbras, y succionar tus escondidos pezones hasta que despertemos
las madrugadas con nuestros quejidos de furiosas aves en celo.
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