Para la desnuda D.
Deambulo con mi miembro erecto duro, palo
encendido, hierro incandescente, rígido penetrante, por la exuberante desnudez
de tu cuerpo tendido sobre el lecho de alba sábana, tu deliciosa teta con su
pezón oscuro hacen que mi legua ensalive mis labios por la sed de mamar ese tierno
botón exhibido con la audacia de una lánguida y provocativa reina sexual. Vago
por tu piel oliendo y lamiendo sus pliegues y sus rincones, los territorios
donde domina la tibia concavidad de tu ombligo, las comarcas donde anida tu
vulva húmeda y perfumada de intensas feromonas, las suaves columnas de tus
muslos cruzando la turbadora línea que separa la pálida región prohibida y la
dorada zona donde el sol dejó sus besos marcados. Hurgo entre tus piernas
abiertas buscando el surco de tus rosados pétalos vúlvicos, sintiendo en mis
mejillas en roce perverso de tu vellos rasurados, degustando tu íntimo sabor a
hembra en continuo celo y desesperantes ardores, oliendo el aroma esencial de
tu feminidad ofrecida. Exploro las cálidas cisuras de tu axilas, la caliente
medialuna bajo tus senos, el sensual arco de tus costillas sobre tu estomago,
las mórbidas plegaduras de tu vientre, las febriles curvaturas de tus ingles,
la mullida comba de tu pubis. Acaricio la extensión voluptuosa de tu cuerpo
desnudo en su reincidente intensidad lujuriosa temeroso del divino castigo,
porque llena eres de pecado y solo te salva el fervor con que te espío mientras
manipulo mi verga endurecida ante la visión de la exuberante desnudez de tu
cuerpo tendido sobre el lecho de alba sábana.
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