“Siempre que
intentes una prosa”. Ella en su incitación.
Rozo imaginando la
tersa largura de tus piernas extendidas sobre la piel blanquinegra de la bestia
que yace bajo la blandura voluptuosa de tu cuerpo semidesnudo, le envidio
sentir tu peso sensual, las cálidas y mullidas combas de tus nalgas incrustadas
en mis deseos esparciendo su tibieza voluptuosa, oler el vaho de hembra
recostada que sale de la noche de insomnio lujurioso con la piel ardiendo y el
pubis palpitando de un hambre atávica, carnal, fálica, punzante y penetrante,
aunque lo niegues después bajo el sol del día abierto a la solitaria realidad
que te enjaula. Me quedo lamiendo mordiendo ensalivando la suculenta
consistencia de tus muslos, su intensa suavidad que persiste en mi lujuria con
lúcida insistencia desde los antiguos tiempos sin lluvias como túrgida amapola o
caliente alabastro o pulida ágata, y desgarra de la erótica memoria las
caóticas sensaciones de aquellos escasos atardeceres de altos campanarios y
lejanas luces de barcos. Mis labios aun recuerdan la tirante sexualidad de tus
vellos púbicos cuando los apresaban y tiraban de ellos oliendo tu aroma vúlvico
como un sátiro vicioso, y mi lengua aun evoca sus sabores cuando como un
molusco se alimentaba de ese exquisito y esquivo musgo sexual. Dejo que mi mano
onanista manosee frote apriete masturbe el ídolo erecto que sostiene la visión
impúdica de tus piernas extendidas sobre la sensualidad de esa piel en blanco y
negro, tú lo sabes o lo presientes o lo asumes, y lo disfrutas allá en tus
alturas inalcanzables, y por eso alimentas a esta otra bestia que roza
imaginando la larga tersura de tus piernas extendidas sobre la piel
blanquinegra de la bestia que envidia. En la cómplice culminación de rito
diario sientes imaginando mi densa y quemante lechada escurriendo por tus
empeines derramada caliente en tus pies divinos y alados que juegan al
exhibicionismo fetichista allá en el horizonte de nuestro íntimo vicio
compartido.
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