Para Cris
Dulces fueron los
sueños con tus ojos reverberando en la noche, con tu imagen recostada lánguida
y sensual en tu lecho, con tu piel desnuda fulgurando en las ardientes
penumbras del insomnio, tú con tu camisola como una rosada rosa invocando
impúdicas caricias y yo en tu oscuridad observando tu voluptuosa silueta,
devorado por las suaves curvas de tu cuerpo, por las mórbidas lunas de tus
pechos asomando por el sublime horizonte de los deseos, por el perfumado
canalillo que los surca e incita a navegar en su turgente tibieza, por la suave
tersura de ese incitante fragmento de tu muslo y por la dulce palidez de tu
piel que permanece en el sueño aún ahora que ya estoy despierto. Pero en los
sueños estaban tus ojos habitados de una tristeza transparente, y estabas muy
lejana, casi ausente, y había como una pena enredada en tus pestañas y tu
rostro escondía la sonrisa, y yo vine a romper esa nostalgia con mis lujuriosos
verbos escritos sobre las ondulaciones de tu cuerpo, en sus pálidas lisuras, en
sus aromas secretos y en sus sabores imaginados más allá del pudor y el respeto.
Afanado en echar a volar tu melancolía me fui deslizando como un caracol
nocturno por el rincón donde reposas y encopé tus senos con mis manos embebidas
en ternuras, y pellizqué las exquisitas protuberancias de tus pezones, y los
abarqué con mi boca para calmar mi sed de macho niño y sentí desde las
profundidades de tus entrañas los estremecimientos volcánicos de tus lujurias
subterráneas, roce con delicados dedos las tentadoras curvaturas de tus muslos
a lo largo y a lo ancho hasta encontrar la flor anegada de tu jardín vedado, y
me seguí soñando incrustado entre sus pétalos para que tus ojos no estuvieran
triste.
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