“…,
sin rozarse, sin el contacto de piel a piel”. La Musa y el Poeta, ella en sus
verbos.
Te rescato en tus ampulosos fragmentos, en
todas las suculentas grandes lunas llenas que se asoman definitivas por tus
escotes, cosecho con la obsesión, el deseo y la lujuria las mórbidas y
perfumadas frutas de tus pechos, acaricio sus perfectos y curvados contornos, encopo
con mis manos ávidas su sensual plenitud, intento alcanzar a percibir sus
combas tibiezas, su esfericidad sexual y sus tiernas blanduras, la tersura
insoportable de esa piel desnuda, el misterioso aroma que detentan soberbios en
su altiva quietud y en su garbo inclemente. Se me van los ojos por tu escote, escurren
mi obscena mirada por tus senos perfumados, túrgidos, como tibios pájaros que acechan,
coronados en la pasión punzante de sus cúspides orgullosas. Y juego a no
mirarlos como si no supieras que en ellos mi mirada se pierde en su horizonte
palpitante, y mi silencio no es solo por el obvio y sexual arrobamiento sino también
por una atávica perversión vertiginosa. Quisiera recorrer con la suavidad de un
arrullo esos relieves voluptuosos, tersos, expectantes, e ir fijando en el mapa
de mi memoria la geomorfología total y absoluta de tu busto. Deseo deshojar en
silencio tu cuerpo, sacar el pétalo de tu blusa y acariciar las dunas tibias de
tus pechos, y hacer brotar los botones tibios de tus pezones anhelantes como
flores oscuras que despiertan con la savia encendida de mi boca. Entonces, hundir
mi rostro entre tus túrgidos senos para que allí mis labios beban de tu anhelo su
miel carnal, y ser allí solo tu fervoroso amante que ebrio de ti te desea. Así
he ido soñando fragmento a fragmento tus amplios pechos llenos con todo el
detalle del deseo, con todos mis ardores clandestinos, vagando por el canto lascivo
de tu piel hasta sus alturas. En verbo y roce te despertaré a medianoche esparciendo
mí aliento por las pomposas elevaciones de tus senos, mientras te leo y releo
en el libro de las deseadas mariposas.
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