“No se
cansó la rosa de esperarte en mi balcón, erguida y silenciosa.” Rima III.
Blanca Barojiana
Olerás la rosa y será pecado porque ese perfume
te lleva a otras rosas de un jardín prohibido, y es el mismo rubor de esa rosa
el que punzan sin pecado tus pechos bajo tu blusa, pero también es pecado cada
vez que los miro sediento, imaginando las breves protuberancias de tus pezones,
sus pequeñas y rosa/das areolas soñadas, y tu mano aferra el tallo de esa rosa
como en alguna de la venideras reencarnaciones aferrará otro tallo de un
capullo en carnal pecado, y en ese entonces por venir oleré pecando yo la otra
rosa que florece en tu pubis, abriré sus pétalos con mis labios impúdicos y mis
dedos hurgarán explorando tus íntimos goces y mi erguida virilidad penetrará su
húmeda profundidad, polinizaré la rosa con pecadora insistencia poseyéndola más
allá de los sépalos hasta irrumpir con salvaje ímpetu en su carnívoro carpelo. Pero sé que todo intento de
asaltar tu rosa inalcanzable quedará inconcluso hasta que en ese futuro posible
coincidamos en la misma calle a la misma hora. Y olerás esa flor prohibida para
que yo huela en tu piel el mismo pecado y busque con mi lengua en tu lengua el
resabio del aroma de la rosa elemental que contiene la magia de nuestras más
primitivas lujurias y la semilla de la cópula salvaje en que no enredaremos tú
y yo en un lascivo sueño de la obscena rosa que sostienes en tu mano casi
rozando tu mejilla. Día vendrá en que mis manos
pecadoras encopen las rojas rosas que esculpen tus mórbidos pechos en ese rosa
que plagia la rosa que sin pecado hueles.
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