Para
Rosa S.
Abiertos tus mórbidos muslos mostrando el negro
triángulo del breve pantaloncillo que oculta el otro triángulo más íntimo de tu
pubis, que guarda en su mullida consistencia la flor sajada y olorosa de tu
vulva. Blanca la delgada tela que dibuja, que se ciñe y abarca sensual tu
voluptuosa y grande tetamenta, que envuelve como un oleaje de espumas los
lúbricos pliegues de tu cuerpo desde tu estomago a tu vientre. Tu boca en la
perfecta y precisa actitud que hace imaginarla succionando la erguida virilidad
del que la mira. La pequeña cruz que cuelga en tu pecho para alejar las
obscenas miradas a tus senos de los lascivos demonios erectos, endurecidos y
masturbatorios que te recorren entera buscando las puntas escondidas de tus
pezones. Pálida y tibia toda tu piel entera con su sabrosa madurez exultante
donde el rosado nácar de tus uñas declara toda tu femenina esencia más allá de los urgentes deseos. Tu mano en
esa teta imponente, en esa blandura incitante, en esa mullida luna llena, en
ese seno delicioso, tu mano en tu rodilla sobre tu piel desnuda, el muslo, la
pantorrilla, tus brazos en piel viva como en el leve escote discreto, tu
sonrisa ambigua incitando, tentando, pero apenas coqueta, tus mórbidos muslos abiertos
como abierta ha de estar tu vulva, ofrecida con secreto impudor bajo el
recatado pantaloncillo como una húmeda flor escondida, tu mano sosteniendo ese
pecho maduro como ofreciéndolo a las bocas sedientas de los machos hambrientos
que imaginan hundirse entre tus tibias dunas imponentes.
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