El surco se abre en tu pecho abierto a la
imagen del cauce que se abre entre tus senos, entre líneas blanco y negro
paralelas a esa línea marcada y tibia de tu voluptuoso canalillo, brota entre
verticales franjas la densidad mórbida de tu ampulosa tetamenta, en un escote
amplio como una erótica puerta entreabierta a esa plenitud de lunas llenas, de
suaves blanduras edípicas, de palpitantes palomas sigilosas semiocultas en una
timidez lujuriosa, en su luminosidad griega de cárneo mármol maduro. Dueña eres
a altas y henchidas tetas de hembra orgullosa de sus pechos soberbios, eres
reina de mullidas y blandas semiesferas del deseo prohibido más primitivo, del
tabú atávico que enceguece y castiga, de la primera perversión adolescente, de
ese ancestral vicio freudiano, poseedora de escondidos pezones que pulsan por
florecer ente los pícaros ojos del suscrito, lúdica propietaria iluminada de
redondas y maduras frutas sabrosas que penden dispuestas a los embelesos del
preámbulo, a los besos y succiones, al libidinoso amasado y a los juguetones
pellizcos, a los mordiscos salvajes en la furia del coito, y también a la
primera tibieza y el primer secreto goce carnal. Me alejo de ti como huyendo de tus embrujos pero regreso siempre por
los perfumados y húmedos senderos de tu sexo, ni siquiera mi demonios pueden
romper la fina red de hechizos pervertidos y lúbricos que me arrastran
turbulentos hacia tu vulva y tus pezones, persistes siempre deseable, desnuda y
provocativa en mi irreverente vida de macho en celo continuo y vicioso
masturbante, que voraz y sigiloso se desplaza por los laberinto de su
pervertida vida de goces revueltos y escabrosos donde sólo sus perturbados
pensamientos habitan sus calientes noches de oscuros y manuales desenfrenos
(i).
(i) Palimpsesto
escrito sobre “Tu irreverente vida”, de LH
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