Los besos van floreciendo más allá de las
bocas, de las lenguas que juegan en sus salivas desesperadas saboreando sus
vertiginosas esencias, se escurren hacía los impúdicos parajes de los placeres
orales, desde la selva rala y olorosa del cunnilinguis a la suave y tierna
consistencia del fellatio, exploran con desparpajos lujuriosos y deleites carnales
las lisuras de la piel dispuesta y ofrecida, embebidos en dulces sudores,
extasiados en íntimos aromas. Las manos abren aferran, convocan erguidas y
empapadas emociones contenidas apurando la copa del éxtasis. Duele la vigencia
un compromiso de enamorados, un convenio inmencionable, un trato de locura, un
límite que no limita sino incita a transgredirlo bordeando el voluptuoso cerco
a lo prohibido. Cada cuerpo quieto en su momento de bifurcación siente la intensa
posesión labial lingual, ese deslizamiento rígido y húmedo, esa cópula egoísta
e incipiente, ese erótico paraíso sin vertientes ni inserciones, solo sometido
a las vastas sensaciones de un profundo y compartido gozo místico. Las bocas
besos poseen la inquietante intimidad raptada en los ritos bucales, los
gustillos vúlvicos y priápicos que las salivas asumen y derraman por las
comisuras y las lenguas afanadas en una trabazón de libidinosos caracoles. El
beso se alarga hasta casi confundirse con la noche, se hace vértigo y goce,
humedece y yergue, endurece y sensibiliza, después las bocas van paladeando el
resabio de los sexos lamidos hurgados succionados, intercambiando sus
recíprocos sabores sexuales que se untaron en la vulva cuenco y en el falo
túmulo. Un silencio de quejidos y restriegos abarca la dicha consumada en el
salvaje pacto de la no pene-tración, virgen y fauno se arriman entre las
ardientes cenizas, el último beso posee el delicioso sabor de una secreta
complicidad.
jueves, 16 de enero de 2014
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