“Convoco a los monstruos y los faunos / del mundo oscuro de mi sexo”.
Masturbación Oscura. Soledad Acirihca
Los ojos clavados en las
turbulentas escenas, cuerpos desnudos, brazos, piernas y torsos trabados en una
cópula que se extiende en variantes inusuales, imposibles o incluso circenses. Un
ámbito de intensa genitalidad cubre de penumbras voluptuosas donde los ojos
abarcan la totalidad y los detalles del coito, del embebido cunnilingus, de la
succionante felación y de la provocadora y pervertida sodomía. La mano asume el
tallo como un puñal romo recién fundido, lo aprieta, lo urge, soba su carnal
envestidura reconociéndolo como origen y objetivo. Hay visiones que afloran
desde las honduras de las memorias, no como percepciones visuales, sino como
nítidas apariencias percibidas a través de todos los sentidos: sonidos, olores,
gustos y sensaciones táctiles. La mano sexuada se desliza con sibarita
lentitud, sube baja como una marea contra la roca erguida en medio de las
arenas ardientes. El miembro erguido, duro, sensible recibe el ceremonial
debido con los goces de la sexualidad abierta y onanista, confluyen en su
prepucio mórbidas excitaciones y lúbricas evocaciones. La manipulación se
acelera, de detiene, cambia de ritmo y de intensidad, entra en una continuidad
monótona o escapa en lentas sinuosidades. Del memorial erótico surgen y
florecen otras manos y bocas, salivas calientes y lenguas reptantes, succiones,
apretones palatinolinguales o bucolabiales, agresivos dientes juguetones,
delicias de felaciones o masturbaciones ya archivadas junto a los recuerdos de
pretéritas consumaciones. De súbito se viene el destello del estremecimiento
previo y la rápida eyaculación, el quejido largo y mordido, y la mano dedos es
en esos instantes la vulva múltiple e indistinta que ha sido y será fuente
terminal de todo placer carnal, húmeda, quemante, convulsiva y estrujante, esencialmente
mortal. La magia se acaba porque se sostiene a través del mago, en sí nada
existe, todo es ilusión como en el budismo, son las sensaciones y emociones que
ya habitan los turbios instintos del fálico ermitaño.
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