“el cuerpo de una mujer es como un
violín: se necesita un músico fantástico para tocarlo bien”. JD Salinger
Deja tu mano buscar las íntimas fisuras por
donde se vierte tu placer negado por pudor o por temor o por vergüenza, deja la
yema de tu dedo rotar con lenta voluptuosidad sobre la tierna capucha del
capullo esencial, humedece tu dedo du coeur surcando tu vulva, empápalo
de ti y sorbe tu néctar como una abeja egoísta con su flor incendiada. Asume la
densidad carnal de tu cuerpo y vuela, boga, repta, desciende a las cloacas de
tus instintos, sumérgete en esos densos líquidos tibios y prohibidos, aguza tus
sentidos para sentirte hembra en un penetrante parpadeo continuo, siente ese
hormigueo que va subiendo por tus piernas que se ponen en tensión hasta que
explotas como si todo tu cuerpo se descontracturase, siente impúdicos insectos moviéndose
y chapoteando en tus sensibilizados genitales, siente como si en el interior de
tu vagina estuviese revoloteando sus alas una desesperada mariposa liberada, siente
como si tu clítoris vertiese una lenta agua caliente y ahógate en ella hasta el
último espasmo. Quiebra el vidrio de tu burbuja, desátate, vuélcate bocabajo en
tu lecho y hunde tu rostro en la almohada, gime mordiéndola, respira apenas,
sofocada por los ardores y los goces incontenibles, erotízate de ti misma,
navega por la furiosa tormenta de tus deseos suspirando estremecida, busca el
esplendor del destello del orgasmo mientras muerdes tus labios con salvaje
lujuria. Y quédate quieta después, sin pensar en nada, hasta que tu agitada
respiración recupere su rutina sin sentido y te duermas laxa, saciada, vacía,
sonriendo para tus adentros. Solo eso, engolosínate enceguecida en ti misma y
olvídate de ese ahora pervertido la mañana siguiente.
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