Comienzo a escribirte de las penumbras de
mis desasosiegos y termino mordiéndote los labios o surcando tu escote, hirviéndote
de besitos debajo el ombligo, oliendo en tu pubis la cercanía inquietante de la
‘nena’, sintiendo tus deliciosos besitos atrevidos por los vericuetos de mi
cuerpo que vas ensalivando con la lenta sinuosidad de tu lujuria reprimida. Atardece
como si estuvieras aquí, escondida entre los rosales, en los altos rubores del
atardecer que se empeñan en dibujarte, en la trama de los follajes y en la casi
noche de tu paisaje húmedo por mi presencia siempre viva allí en tu claustro. Yo
bebo el rastro de mi boca en tu
boca, tu saliva de miel y menta, bebo tus suspiros en su fuente, el rubor que
anida en tus mejillas cuando te excitas en la quieta intermitencia de tu noche encendida. Pero no estás y solo me queda el paladeo de
la noche que se viene con mi rostro entre tus piernas, mi nariz surcando tu
íntima humectación, mi lengua atrapada en el vicio de lamer tu delicado dulce rosado molusco abarcándolo bajo el murmullo del goce, extasiado
por tu aroma y ebrio de tu sabor. Igual te presiento en las rosas del crepúsculo
cuando el sol inicia su fuga y me
posees sigilosa en la penumbra de la paloma. Seguro que en un rato más me
sentirás bajo las sabanas, te irá quemando mi aliento en tu cuello, en tu
canalillo, en tu ombliguito, en la “nena” que juega sin piedad con mis deseos
mientras me va provocando un delicioso insomnio. Quiero dormir calcinado por
los fuegos de tu sexo, con el “nene” en erecto desacato consumiéndose a si
mismo.
lunes, 21 de marzo de 2016
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