“Se encienden las sombras interiores. Y
escribes para que suceda lo que ansías. Para que se materialice lo que
imaginas. Y cierras puertas. Y abres posibilidades. Sin mirar atrás. Buscas en
el poema lo que la realidad no te ofrenda. “Saltar de un tejado hasta (su)
boca”. Hurgas en el lenguaje hasta encontrar lo que no hallas en los
significados desgastados, ni en el silencio de la casa, ni en la indiferencia
de las fechas.” Prólogo de Aurelio González Ovies al poemario ‘La Exhibicionista’
de Ana Lamela Rey.
Hazlo, deja entrar a ese macho mediterráneo
a tu castillo, que entre en la trampa soñando con su propia trampa, y cuando
este ahí ya atrapado en la jaula invisible de tus recatados encantos, juega el
ajedrez de la falsa seducción, atrápalo en tu telaraña de muslos desnudos, de
piel expuesta, de visiones instantáneas y efímeras de tus vellos púbicos, así
como que no quiere la cosa, como algo imprevisto e inconsciente, como breves
destellos que lo enceguezcan y no sepa si es un juego del azar o una invitación
al pecado. Recorre el día en la intimidad de tu personal territorio solo con ese
sensual baby doll de negro satín, nada más, sin insinuaciones explicitas ni
implícitas, sin coqueterías obvias ni miradas cómplices, camina, actúa, pasea
como una funcionaria ocupada, atenta pero insensible e impersonal. A ese macho
sin oleajes ni espumas saladas, engatúsalo con situaciones ambiguas, obnubílalo
con una desnudez precaria, mínima, que no alcance a saber si es casual o
provocativa, atosígalo con semidesnudos rápidos, de paso, inexplicables, casi
misteriosos. Siembra en sus instintos la semilla del deseo desesperado, de la
lujuria incontrolable, eréctalo, que tú puedas ver en sus rubores de macho
acalorado el efecto de tu presencia insinuante y él la gélida distancia que los
separa, que se avergüence del bulto fálico entre sus piernas cuando tú se lo mires y hagas un mohín de
desagrado por su vulgar indecencia. Deja de actuar como una mantis, juega a la
vida, atrévete, lánzate a vivir con furor y con fervor, con las ansias últimas
de la suicida arrepentida, con el hambre acumulada de la náufraga recién llegada
de su isla solitaria, lo disfrutarás te aseguro, ambos sabemos sin decirlo que
igual lo gozaras gota a gota como el elixir de la inmortalidad, como el agua quimérica
de la imposible fuente de la juventud. Crea ahora los últimos recuerdos que
revivirás antes de entrar en la desabrida e insensible eternidad. Y por cierto,
nadie lo sabrá nunca, solo tú. (Y
obviamente el suscrito).
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