“El escritor checo
lo que haría sería excitarte, calentarte y negarte el orgasmo. De ahí las
expectativas (el goce, el coito) que sus personajes no pueden cumplir.” El sexo
de Kafka. Alejandro Hermosilla, 2013.
Te imagino en la alta
habitación de tu alto castillo, allí donde los pájaros no alcanzan y donde la
soledad es una deuda que te concierne y te abruma, allá arriba donde reinas en tus
desiertos territorios. Te imagino solemne y altiva, a veces con una corta
camisola y tus piernas cruzadas una sobre otra, y la champa de vellos púbicos
atrapada entre ellas como un breve musgo que se asoma en el vértice de tus muslos,
otras veces completamente desnuda sobre el lecho vacío, de piernas abierta en
sexual desparpajo con toda la mata de pelitos expuesta como algas incitantes a
estos ojos que te imaginan. Te imagino nocturna y ansiosa, con tus naturales
deseos burbujeando en tu cuerpo y en tu mente, las manos retenidas por tu
férrea voluntad de hembra que quiere ser asexuada, frotando tus dedos sin
atreverte a desatarte y fluir, esos dedos pecadores que sabes que te podrían
arrastrar a los ardientes y pervertidos goces de un carnal plenilunio. Te
imagino pensando los pecados y los placeres que te has prohibido, elucubrando
al borde del abismo de tus oscuros instintos como sería si dejaras de ser tú y
fuera otra, más libre, más loca, menos controlada, menos retenida, y abrieras
tus alas y volaras ilimitada, libre, sin el peso de tu historia ni el terror de
ser la hembra real que allá en el fondo de ti misma eres. Te imagino planeando
locuras que nunca te atreverás a vivir, insomne y acalorada, inquieta
revolviéndote entre las sabanas vacías que te rozan sensuales, que aprietas
entre tus muslos, que sientes en tu piel como incitantes caricias impúdicas. Te
imagino atrapada en ti misma allá en la altura silenciosa de tu alto castillo,
allá donde los pájaros no se atreven a tocarte y donde la soledad te hace
inhabitante de tus propios territorios.
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