lunes, 14 de marzo de 2016

LA JOVEN VECINA DE MÁS ABAJO (Texto trilingüe)


“El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. … Ella suspiró: Ay, mi sabio triste, te desapareces veinte años y sólo vuelves para pedir imposibles.” Memoria de mis putas tristes. Gabriel García Márquez, 2004.

Desde la obvia y necesaria distancia, desde el lejos muy lejos del macho viejo insaciable que sabe de sus limitaciones y de sus abreviados alcances, de sus imposibilidades y de que ya no son posibles sus antiguos desacatos, la imagino, desnuda, espigada, alta delicada, sexualmente pura, virginal e intocable, imagino la suave pelusita de sus vellos púbicos, sus tiernos pezones encumbrados en esos pálidos y turgentes senos de doncella, esa tersura de leve rugosidad, imagino como en un sueño el sabor de su boca en el beso enamorado bajo un árbol frondoso de un parque que nunca existió. Solo quisiera ir a beber sus jugos primaverales en su vulva juvenil, olerla mirarla tocarla apenas con mis labios envejecidos, con la puntita de mi lengua cansada palpar su breve clítoris y tentarlo apenas con solo la yema de mi dedo, du coeur, of course, saborear su virginidad en el olor de su piel joven casi aun adolescente, en su transparente sudor que aromatiza su imaginaria desnudez en la calurosa calle por donde la veo cruzar altiva y distante, sin percibir siquiera desde su hermosura evanescente que yo la miro con deseos de viejo verde desde la vereda del frente, sin esperanzas, sin sueños, sin más opción que esa: mirarla. Como quisiera hablarle y decirle que anda equivocada por esa esquina de nuestra calle porque por ahí está prohibido el tráfico de los ángeles que provocan insomnios sexuales en los ancianos lascivos… hablarle yo, que no me atrevo ni a rozar sus manos ni a mirarla a los ojos cuando me atiende allá en el almacén del barrio donde voy cada día a comprar cigarrillos para que nadie note que en verdad voy a rendirle la merecida sumisión de un viejo agradecido. Aclaro, por respeto a su integridad moral, que en estás mis vagancias imaginativas ella no es madre todavía ni existe el mancebo jovial y vulgar (que no la merece) con el que pasa tomada de la mano riendo por la puerta de mi casa.


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