“El año de mis
noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen.
… Ella suspiró: Ay, mi sabio triste, te desapareces veinte años y sólo vuelves
para pedir imposibles.” Memoria de mis putas tristes. Gabriel García Márquez,
2004.
Desde la obvia y
necesaria distancia, desde el lejos muy lejos del macho viejo insaciable que
sabe de sus limitaciones y de sus abreviados alcances, de sus imposibilidades y
de que ya no son posibles sus antiguos desacatos, la imagino, desnuda, espigada,
alta delicada, sexualmente pura, virginal e intocable, imagino la suave
pelusita de sus vellos púbicos, sus tiernos pezones encumbrados en esos pálidos
y turgentes senos de doncella, esa tersura de leve rugosidad, imagino como en
un sueño el sabor de su boca en el beso enamorado bajo un árbol frondoso de un
parque que nunca existió. Solo quisiera ir a beber sus jugos primaverales en su
vulva juvenil, olerla mirarla tocarla apenas con mis labios envejecidos, con la
puntita de mi lengua cansada palpar su breve clítoris y tentarlo apenas con
solo la yema de mi dedo, du coeur, of course, saborear su virginidad en el
olor de su piel joven casi aun adolescente, en su transparente sudor que
aromatiza su imaginaria desnudez en la calurosa calle por donde la veo cruzar
altiva y distante, sin percibir siquiera desde su hermosura evanescente que yo
la miro con deseos de viejo verde desde la vereda del frente, sin esperanzas,
sin sueños, sin más opción que esa: mirarla. Como quisiera hablarle y decirle
que anda equivocada por esa esquina de nuestra calle porque por ahí está
prohibido el tráfico de los ángeles que provocan insomnios sexuales en los
ancianos lascivos… hablarle yo, que no me atrevo ni a rozar sus manos ni a
mirarla a los ojos cuando me atiende allá en el almacén del barrio donde voy
cada día a comprar cigarrillos para que nadie note que en verdad voy a rendirle
la merecida sumisión de un viejo agradecido. Aclaro, por respeto a su
integridad moral, que en estás mis vagancias imaginativas ella no es madre
todavía ni existe el mancebo jovial y vulgar (que no la merece) con el que pasa
tomada de la mano riendo por la puerta de mi casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario