No siempre el día era inocente, la noche
culpable.
“La Condesa Sangrienta”, Alejandra
Pizarnik, 1971.
Mórbida lánguida inquietante, altiva en tus
esplendores de nieves y lejanías, yo soñándome dormido a tu lado, como un bebé
buscando el útero que lo absorba y lo reintegre a la liquida tibieza original, apegadito
a ti en cucharitas con el rígido miembro aprisionado entre la voluptuosa
carnalidad de tus nalgas, con mis besos quemando tu nuca y mis manos aferradas
a tus pechos como un niño asustado. Porque te extraño me faltan tus palabras y
tu exuberante densidad corporal, tu risa de niña pícara y tus tiernas imágenes,
las visiones eróticas de tu cuerpo y el delicado fulgor de tus senos por las
mañanas. Porque duermo ahí a tu lado adherido a tu vientre, induciendo a la
flor de tu sexo a abrirse, a rendir su pistilo a las hambres de mi lengua que
lo ataca y lo lame, y me hundo desarmado, laxo, blando en una misteriosa
melancolía sexual que como un caudal de ausencias y silencio me deja extraviado
en los pliegues de tus sábanas. Escribo, te escribo, te describo como un loco
inmerso en la inextinguible lujuria que tú desatas, como si la realidad ya no
existiera y pudiera tocarte y poseerte con la palabra ardiente que leen tus
ojos, escribo de tu acento, de tu risa y de tu boca, escribo de tus pechos, de
tu piel y de tu vulva. Y cuando duermes, escribo, para obligarte a soñar
conmigo. Estarás durmiendo aun, y yo ahí besándote despacito... shhh... sé que
sientes mis deseos en tu cuerpo como un hormigueo que lo tienta a solitarias
consumaciones. Te haces silencio de nieve nocturna, te desvistes en ausencia de
desnudes y de ardores, te insertas en la piel quemante del deseo, te escribo
sin saber lo que escribo, solo sintiendo lo que necesito escribir. Te
escribe la pasión, mientras te evoca y no encuentra más modo ni manera de
expresarte que el verso y la quimera que en un renglón quemante se desboca
(i).
(i) “Te escribo”,
soneto de Blanca Barojiana
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