No las dulces golosinas del kiosco sino tus
labios en el beso escondido, infiel, secreto y pecador, y de destino imposible.
No los globos blancos y rosados sino los dos rojos escondidos en tu pecho,
palomas tibias anidadas en tu brassiere. No los frascos de transparente
cristales sino la breve v de tu escote corazón que profundiza leve y sutil
entre tus senos. No el tejado esperando las lluvias sino tu mano ofreciendo un
misterioso licor para embriagarse de ti. No la ventana con la filigrana de sus
blancas cortinas sino tus ojos risueños ocultos tras las gafas oscuras. No el
pasto verde y la gravilla gris, el pedazo de cielo y su nube, sino el fragmento
de piel que va de tu cuello al inicio recatado del inaccesible canalillo. No el
rojo y negro, símbolo de antiguas revoluciones terroristas, sino la palpitante
desnudez que niegan y que solo vislumbran el espejo y los muros prohibidos de
tu dormitorio. No los ramos de flores siemprevivas sino tu risa franca y grata
iluminando la escena. No la madera ni el árbol ni el arbusto sino el negro
pantalón en el roce lascivo de tus muslos. No la alegre fusión del lugar y sus
abalorios sino tu rostro observado imaginando mi caricia en sus mejillas. No el
blanco carro y su colorida cortinilla sino tu pelo en su miel perfumada
resplandeciendo en el pequeño paisaje de la fotografía. No tú, la dama pudorosa
y formal que viaja tímida por las impúdicas comarcas sus sueños, sino ella, la
Baronesa, que floreció en un ayer lejano y dejó la memoria de inéditos deseos
inconsumados y eróticos poemas a punto de escribirse, sí, ella.
martes, 22 de marzo de 2016
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