“La transescena es escapar a los dominios en la creación por parte de
la institución y la formación académica que insisten en categorizar, ordenar y
disciplinar a las artes corpóreas”. Ernesto Orellana
Es la breve flor de tu sexo, su
pequeñez abierta, su ambigüedad elemental, lo que te eleva en sensual soberanía
sobre los machos que te untan y penetran, sobre los machos que sorbes y
absorbes virginal como una solitaria esfinge de ardiente mármol inesperado. Es
su plegadura de pétalo sensible, dormido hacia adentro, tímido, mustio,
delicado, es su marchita consistencia tierna que no se erige en soberbias
salvajes ni muestra erguidos esplendores inútiles, reemplaza, asemeja, plagia
en tus sueños de hembra impenitente otra flor de similares instancias lascivas,
sin otro uso ni acción, solo por la femenina omisión sin verbo, orquídea
escondida, nocturna libélula, mariposa de las sombras en escorzo, las piernas
juntas en pudorosa sumisión. Es estigma y a la vez símbolo, miel que atrae
hambrientas virilidades, recato o temor de ser ahí lo que eres, otra floración
exuberante distinta, caverna de oscuras reminiscencias vedadas a la razón, vertiente
de calientes aguas saturadas de un sexo profano y equívoco, crisálida
perseguida por sus íntimos demonios, lúbrico molusco de placenteras marismas,
menguada y sensitiva boquita invocante de ancestrales instintos, de míticas
ceremonias insensatas. Declarada cómplice de disidencias en la excitante noche del
mayor deseo, santificación de la subducción y la sexualización donde las
sexualidades perversas relumbran en el estrellado escenario de la erótica de
una dramaturgia secreta, de la poesía de los rituales marginados, transescénicos,
canto y origen de la furia barroca, glamurosa virgen tautológica que aparece
invisibilizada y degradada en los lechos repetidos de un destino siempre
incierto y voraz.
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