Para I.
Voy rastreando tu voz inquieta como
un arcángel melífero, embebido en mis densas dulzuras, socavando fragmentando
moliendo uno a uno tus miedos con mis ojos incitando tu secreta hoguera desde las
penumbras de tus deseos, mis dedos jugando en tu piel con una quieta y tierna
malicia, calcinándola con mis íntimos y delicados roces perturbadores, embriagándote
hasta el ahogo desesperante con besos mordidos, con las lengua enredadas, con
las salivas diluidas en caliente un brebaje de místicas lujurias. Y tú ahí, más
turbada por la azucarada consistencia de tus insomnios que por la tenue
presencia del invencible acosador que alimenta tus arrojos con la última gota,
hasta el largo y lúbrico lamido que te enreda en mi cuerpo para estremecerte de
aquella pasión devoradora. Sobrevivo náufrago en tu lecho con tu pudor hecho añicos
en la lenta devoración de mi cuerpo, esclavo ansioso de tu hambre, jugo néctar
licor vertido a tu sed insaciable, carne trémula y dispuesta a los desaforados
pecados de tus palabras. Desde el asombro sin insistencia, con tus códigos
velados, en la presumible huida ante la inesperada sensación del seductor
embozado, derramo mi almíbar en tus labios con la levedad de una cercanía
imposible. Un arcoíris irrumpe un silencioso cielo solitario, despiertas con mi
aroma adherido a tu cuerpo, permaneces inmóvil recuperando las perdidas e
impúdicas memorias que aun laten en tu pubis, deshojada y laxa entre húmedas
sábanas de una noche ilusoria, quizá ya imaginada, de una reciproca posesión
sin secretos. Amaneces con el nítido sabor de las mieles de mi boca.
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