Para E.
“La olvidé sin quererlo, lentamente,
Como todas las cosas de la vida.”
Es olvido. Nicanor Parra
Toda la largura de tus piernas
sobre el lecho como un tibio horizonte imperioso, la convexidad palpitante de
tu vientre, el desasosiego, el descaro impúdico, la distancia oblicua al recato,
los lúbricos rosados que una tarde decoraron tu esplendorosa desnudez e
hicieron de esa circunstancia un deseo inextinguible que perduró más allá del
invierno, la ausencia, el inexplicable final. El ventanal de la lluvia y el
ceibo con sus rojos primaverales, el café y los misterios de la ternura que
semejaba con sus estremecimientos y sus besos al amor que tardeaba imposible y
nunca llegó. Antes, el puente anochecido de un mayo lento e inquieto y un junio
de trémulas carnes ansiosas, después, la madura tersura de tus senos que mis
manos y mi boca siguen buscando en los laberintos de la pérdida, del destierro,
del misterio de la fuga o del desencanto. Tu voz tranquila de amiga amante,
cercana, sin pasión ni urgencias inesperadas, cansada, como un susurro de ese
amor inalcanzable, traspapelado por la cotidianeidad de una cercanía siempre
vigente. Agotamos los años destinados, cumplimos el destino glorioso del
encuentro clandestino de los atardeceres sin vértigo y algunas noches robadas a
la certeza de la inevitable imposibilidad. Urgí y agoté tu cuerpo de hembra sin
sueños, desperté la mujer dormida en su insondable silencio, fui náufrago feliz
entre las indulgencia de tus brazos y voluptuoso labriego en tu última cosecha,
bebí el vino dulce de los pámpanos de tu otoño y me embriagué de ti para que el
tiempo no sucediera, y aun no sucede.
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