domingo, 19 de julio de 2015

ELLA EN ROSADO BURQA


Hasta entonces nada tremebundo había ocurrido en nuestra historia que justificara el sitio donde nos encontrábamos ahora, más que un cúmulo de silencios, de olvidos, de descuidos, de exigencias, de pequeñas contrariedades, que día a día se fueron depositando en nuestras vidas, como un polvo invisible e inofensivo. Tal vez el error fue dejar que ese polvo poco a poco lo cubriera todo, hasta que no pudimos distinguirnos con nitidez.” (i)

La bata de tenue rosado oculta formas, silueta, curvas de dunas o valles incendiados, en sus manos el rojo cómplice de la tímida locura exhibicionista, ella ahí a la vera del lecho donde sueño revolcarnos una tarde de lluvias intensas entre esos mullidos almohadones color ladrillo de muro infranqueable, de grises de nubarrones o de penumbras, de pie como una estatua voluptuosa sobre las variaciones del café, del evanescente beige al pardo moreno, atrás la pintura de los lirios de Vincent van Gogh y delante los delirios de mis ojos buscando alguna brevísima desnudez prometida y que aun no se cumple. Y vino el otro suplicio sensual, ella entera en la elipse vertical azogada, inserta en su canto burilado que la encierra en el reflejo anhelado, envuelta oculta negada por el rosado virginal  y puro de su camisola, “tuto” o burqa, que dibuja su esbeltez con refinado pudor, su pierna, la leve comba de su vientre y la curva evasiva de sus pechos, los pequeños pliegues en el triángulo donde duerme su sexo del que un día bebí las aguas de sus deseos, sus manos pálidas y delicadas, su dulce rostro de altivo mentón, sus cabellos en los que ese mismo día mis dedos se enredaron para siempre. Se ve tierna, elegante, pudorosa pero sutilmente sensual, como un ángel hembra o una pálida rosa rosada y recatada, se me brinda al fin en la quietud de su soberana intimidad, de frente y de sutil escorzo, tierna en su femenina dulzura, tal como la guarda la memoria de aquellos días inolvidables. Quizá llegará el día, más temprano que tarde, en que se atreva a levantar la camisola o a abrir el escote, y cumpla así su promesa y mi sueño obsesivo. Por ahora me extravío en vano buscando la página 236 que describe exactamente como ella lo hace algo, tan exactamente que ni ella lo hubiera podido describir mejor, y me deja curioso tal como pretendía en su constante crueldad de vestal imposible, pero no me importa, sé que ese secreto solo lo comparte conmigo, sabe que no podría con nadie más, porque somos amantes de cándidas maldades juguetonas y de siempre pervertidas incitaciones.

(i) Contigo en la distancia. Carla Guelfenbein


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