"El sexo es para mí algo de una importancia inmensa, pero del tipo
de importancia que brota de manera natural, que no genera preguntas".
James Salter
Solo yo puedo convertir ese mármol
en carne palpitante, dejarte ser lluvia, agua, brisa o viento que besa y
acaricia los recovecos de mi cuerpo con las ansias de la hembra desatada en su
otoñal deslumbre y con el hambre que le dejaron los años de la soledad en
penumbras. Los años vacíos que se te iban entre los dedos urgidos en ese roce
negado o prohibido, el tiempo sin sentido que sucedía por fuera de ti, rastro,
huella, vestigio de fantasías incestuosas y ocultas sodomías. Lobo macho en
celo olí tus íntimos aromas en las sombras inquietas de tu espesura, tus
perfumes de hembra abierta, con los deseos en carne viva, húmeda, cuajada, con
tu cuerpo desnudo temblando en las ardientes arenas de las sábanas que te
horadaban el sueño y herían tu piel deseosa de la impúdica caricia, del beso y
su saliva dibujándote como baba quemante de un caracol sigiloso. Deambulé ciego
y envilecido por tus axilas, por el revés de tus rodillas, por el mínimo abismo
de tu ombligo y por los pliegues más
voluptuosos de tu madurez no saciada, vagué por el canalillo de tus pechos y
por el ceñido cauce de tus nalgas, siempre erguido, rígido, inhiesto. Me
derramé derrotado entre tus piernas, me vertí saciado en tu pubis de vestal
impura, me restregué lúbrico en la comba tibia de tu vientre, crecí musgo entre
tus pechos y alga en la breve protuberancia de tu clítoris, penetré tu vulva en
el último estertor de mi virilidad vencida.
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