Para I.
“Comenzábamos a repasar la piel, la mirada se hacía muy lenta sobre aquella superficie en extremo pulimentada, la mirada parecía reinventar por anticipado la lentitud cariciosa.” Oppiano Licario, José lezama Lima
“Comenzábamos a repasar la piel, la mirada se hacía muy lenta sobre aquella superficie en extremo pulimentada, la mirada parecía reinventar por anticipado la lentitud cariciosa.” Oppiano Licario, José lezama Lima
Se inicia el nocturno febril,
vehemente, apasionado, la noche se llena de inquietantes perfumes, de
voluptuosas imágenes, de íntimos sabores, ella allí rendida seducida abierta a
los deseos de la sombra que le ha cerrado los ojos con lujuriosos besos en sus
párpados, solo siente la viril cercanía, el leve frote impúdico de unos labios
acariciando su cuerpo anhelante. Paladea esos besos de fuego que se incrustan
en su boca, los sorbe lentamente lamiendo sus comisuras en un deleite sensual
que la impregna de una intensidad sobrecogedora, siente sus manos en lúdicas
instancias corporales, los tenues tactos y roces que la encienden provocándola,
como en un sueño, a acariciar hasta el estremecimiento a esa sombra varonil que
la acosa. Siente en su piel desnuda el vaho quemante de su respiración que
agita la suya en contenidos estertores, y los cuerpos de anudan en una cópula
embebida de densas lujurias, la noche se viene grata estrellada de placeres,
como una brisa que deviene tormenta hasta el estallido de goces, de
complacencias y de tiernas perversiones. Su cuerpo vibra en una llamarada de
oscuros deseos, siente que se fragmenta, que se quiebra, él la desnuda con
lenta parsimonia, ella es una hoguera que destella en las lúbricas penumbras,
la toma suavemente para extraviarla con sus caricias, ella detiene el tiempo y
se deja poseer hasta saciar sus urgencias. Sabe que es un juego y no teme entrar
en los laberintos de los sentimientos, si es con él por la largura del nocturno
en esa dichosa eternidad, y no se deja despertar de ese sueño que la inunda, y
vuelve a seducirlo, a entregarse sin decoro, solo inmersa en el vértigo de ese gozo
penetrante.
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