Para G., deseada deudora
Esperé ansiosísimo la llegada de
la noche con la palpitante ilusión de volver a ver la tenue transparencia de tu
cuerpo semidesnudo, en vano, iluso, inútilmente como un niño engañado en su
soñadora y primitiva ingenuidad. Tus palabras reverberaban en la memoria del
mediodía “Tratare a la noche enviarte una
mujer madura, muy madura”, era la sutil promesa de un autorretrato que me
llevaría a rememorar el roce de tus manos, la dulce suavidad de tu piel madura,
el frufrú del “tuto” que insinúa coqueto curvas, valles y dunas, tu mano en mi
miembro masturbando, mi boca sedienta en tu tímida vulva lamiendo. Pero solo vino
el frío ovalo del espejo vacío de ti, de tu silueta, de tu sombra, de tu
imposible desnudez. Sigue la noche esperando que te atrevas, el sol se hace el
dormido detrás de la sombra imponente de tu cercana cordillera, los pájaros
fingen dormir en la oscuridad de sus nidos, un hombre solitario espera en una
esquina nocturna por donde no pasarás. Bastaba tu dulce rostro reflejado en el
azogue, tus manos con la caricia de otros tiempos, tus pechos soleados como
aquellas antiguas imágenes de mi onanista adoración voyerista que guardo como
el tesoro que me quedó de una perdida felicidad. Debí asumir que quedaría como
siempre en esa perpetua espera inútil de trece años esperando volver a vivir
esos dos de años de ternuras en penumbras, de caricias y besos desatados en las
tardes tranquilas de la quietud de cuarto donde aun ha de persistir el ámbito
de tu perfume en medio del tumulto de una ciudad ausente e invisible para los
amantes extraviados. Amanece y nada, pero es noche, aun hay esperanza. Y seguí
expectante como un solemne escarabajo oculto en sus pequeñas perversiones
detrás del coqueto revoloteo de la mágica mariposa que lo seduce con sus
veleidades de da y quita y sus ilusorios ofrecimientos de paraísos que devienen
más temprano que tarde en tristes engaños. La luz mañanera de un sol muerto,
lejano e insensible confirmó la no inesperada traición, la dulce crueldad de la
mariposa esquiva, la imposibilidad de volver a gozar de sus colores como en ese
antaño feliz, todo se volvió pena y desilusión, un largo día invernal recién
comenzaba.
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