Para la musa
helicónica, regia.
Toda esa sinuosidad de
tu cuerpo es límpida y pura en su belleza carnal e impura tentación en el deseo
que oscuro y libidinoso la observa capturado en tus hechizos. Toda perfección
en tu silueta contiene la poética lujuria de las lejanas e imposibles esfinges
y también la obscena percepción de la fáunica calentura. Eres incesante sirena,
ninfa deseable, musa inevitable, y a la vez obsesión de lobo en celo, carne
soñada del hambre del macho onanista, erótico y sublime objeto del sátiro
irreverente. Todo en ti posee el fulgor del sexo desesperado; amplios mullidos
turgentes tus senos de lunas llenas, fina grácil curvilínea tu cintura niña de
sensual avispa inquietante, anchas sexuales excitantes tus caderas de tentadora
hembra voluptuosa, la comba insoportable de tus glúteos, las suaves curvaturas
de tus muslos, la exacta largura de tus piernas. El misterioso atractivo de tu
rostro pulido con dulzura sobre el tenue mármol de una solitaria madurez
decreta un ámbito romántico que se despeña por tus labios en un beso imposible.
Quizás ahí en la altura colonial de la bahía el amor te atañe insistente sutil
invocadora de ternuras escondidas y besos extraviados, pero el incitante dibujo
de tu figura te convierte en brasa flama fuego que hace hervir la sangre
cautiva del amante embrujado y desechado. Cada altiva curva que en ti se demora
calca las ondulaciones de un impúdico desasosiego, solo las manos de un
divino alfarero enamorado pudo fundir en ti ese equilibrio absoluto y feroz
entre ampulosas convexidades y lúbricas concavidades.
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