Beberás un agua sin sabor o todas
las aguas te sabrán repetidas, a damascos amargos o mojitos solitarios, los
atardeceres marinos serán todos iguales en fanfarria y profundidad, repetidos e
ilusorios, unos rojos desvaídos, unos hilillos de nubes deshilachadas, allá una
gaviota en vuelo leve, acá las luces brillantes de las casas de los burgueses y
allá las luces difusas de los proletarios entristecidos, contra el cerro una hilera
de luciérnagas muertas, el cielo de negro fúnebre y tú en otra ventana
rastreando un mar que te existe pero que no es el mismo mar ilusorio donde se
escurrían los besos en tu cuello, en los lóbulos de tus orejitas, con unas
furiosas manos de fauno aferradas a tu caderas. Fue inicial por los territorios
lluviosos del indiaje rebelado, de las altas araucarias y las aguas dulces de
los lagos y los volcanes, naturaleza pura, fue luego los paisajes de algarrobos
y veleros, de la pirámide vidriada y la laguna falsa, artificios de groseras
siutiquerías y de venidos a más. Pero volverás de esas arenas insomnes, de los
oleajes enrevesados en las espumas que no alcanzaron a humedecer tu piel
desnuda, de los eucaliptus que esperaron en vano tu paso nocturno, y me relamo
pensando en un viernes lejano de quizás cuando, otoño talvez o ya entrando el
invierno, en que volveré a morderte el corazón dormido y sin sangrar, a beberte
en esa vertiente tibia entre tus ralas gramas oscuras, a escanciar en mis
labios sedientos tus sabores íntimos, a catar en ti las savias verticales
y ardiente de tu verano, a navegar en el
mar salado de tus derramados sudores privados.
domingo, 16 de febrero de 2014
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