“No deploro el amor, que me fue ajeno; / sino el deseo, que redime,
invierte / y modifica todo lo que toca.” Recuento. Severo Sarduy
Y te sigo besando lamiendo
mordiendo desde adentro, estoy ahí en ti, entre ti, entre tus piernas, embebido
en tu sexo, peinando con mis dientes tus vellos púbicos, allí enredado en esa
hirsuta genitalidad salvaje, animal, pura e impura a la vez, de selvas y
aromas, de dragones copulando entre sus orales flamas voraces, contaminadas de
santidades primitivas y párvulas perversiones. Y también desde muy adentro de
ti porque soy un pequeño pez morocho de ojitos achinados que navega libremente
por tus venas y arterias, cruzando a cada rato tu corazoncito solitario, horadando
tu voluntad de virgen cauta, de digna dama pizpireta, de niña sola jugando a
que ya viene el príncipe. Acechas, escudriñas, vigilas como una arpía, diosa
vengativa, desde tus profundos laberintos kársticos mis verbos, mis metáforas,
las siglas, los seudónimos y los códigos, buscas en los recovecos de mis
palabras lo que no dicen, la silueta escondida que no existe o está siempre en
fuga, buscas y rebuscas el rostro desdibujado en los espejos, la “otra” que
esperas te robe el engaño del reino falso del fauno de pacotilla, rey de
baraja, tigre de peluche, acróbata de circo pobre y patético simulador. Y
seguiré incrustado bajo tu piel, en tu cuerpo mórbido y deseado, como un
parásito sexual recorriendo sus laberintos subcutáneos, tu carne viva y
caliente, pulsante, abrasada por los fuegos del infierno de los placeres
carnales, seguiré empotrado en tus pechos por dentro punzando tus pezones, en
tu vagina húmeda y tibia como un picor vergonzoso que te hará juntar apretar
las piernas hasta que te sueñes en una secreta masturbación que te estremezca y
me estremezca en una simbiosis que nos arrastre como un oleaje de fluidos
hirvientes hasta el borde mismo del paraíso que soñamos.
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