"Critón, le debemos un gallo a Esculapio. Paga mi deuda y no la
olvides". Sócrates.
Siempre estás en deuda sin
saberlo, porque te ando viendo por las calles, los café, en las rosas que ya la
cercanía del otoño comienza a desvanecer, y ahora en los pimpollos, en los
brotes que han despertado tus lluvias. Florecerán una y otra vez con la misma
pasión, con los mismos deseos de incinerarse, de derramarse en el cuerpo del
otro, de hundirse bajo la piel en plena desnudez también florecida, por eso
siempre estás en deuda, porque te ando viendo por las calles y los jardines y
nunca eres. Deberás las desolaciones y los crepúsculos, el ruido de un tren a
medianoche que se va hundiendo en una lejanía de sur de araucarias, de pan
amasado y agua de noria, de tierras anegadas por los oleajes dorados antes de
la trilla, y después los ladridos de los perros en el nocturno silencioso, un yo
niño imaginando el mundo donde tú eras aún semilla. Serán parte de la deuda tu
cuerpo estremeciéndose bajo mis estremecimientos, temblando desnudo y ardiendo
en busca de las orgásmicas cenizas, tus pechos ansiosos de mi boca succionadora,
tu pubis abierto en flor madura esperando inundarse de mi polen denso eyaculado.
Aun así seguirás debiendo mis manos escurriendo por tu cuerpo y mi cuerpo
escurrido por las tuyas, las devoraciones desesperadas de la cópula adeudada,
una noche, una sola, donde los silencios se licuen en nuestras aguas sexuales,
y las distancias, pampas y montañas de por medio, se acorten hasta los roces
impúdicos que ambos nos debemos.
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