Subiré reptando en largos lamidos
por la suavidad constante y torneada de tus piernas, habitaré por circulares
momentos las divinas rotulas de tus rodillas, reverberará la tibieza de ese
mármol moreno en mis labios atrapados. Rodearé muchas veces el rosado borde del
vestido como si oliera una clavelina del jardín prohibido. Aprenderé tu sabor y
tu aroma, ahí, en esa orilla bordada, antes de entrar a tu cuerpo, sigiloso y
quemante, por entre tus piernas siguiendo el húmedo calor perfumado de tu sexo.
Rozaré impúdico tus bragas en ese vértice donde late un volcán escondido. Seguiré
bajo la filigrana y los arabescos del rosado por tu pubis, por tu vientre
subiendo, escurriendo como un caracol vertiéndose en tus territorios subterráneos,
ascenderé cercando el breve cuenco de tu ombligo hacia tus pechos de niña y
treparé por ellos hasta hacer cumbre en tus pezones y alzarlos en vuelo con mis
labios insistentes. Subiré hasta alcanzar a besar con las ternuras que te mereces
y buscas y necesitas tu rostro inclinado como con desdén o incredulidad y me hundiré
ciego y rendido en tus ojos siempre tristes, con la misma tristeza de tu cuerpo,
naufragaré en esos ojos tuyos donde habita una congoja de otoño o de crepúsculo
para ir a ahogarme en tu dulzura y tu lujuria de rosada rosa con sus espinas,
su dulce perfume y su fuego abrasador. Si, será en otoño o invierno, un día
algo lluvioso, con la misma tristeza donde navegas en solitaria desolación, que
subiré por tu cuerpo para acariciar tu pelo y rendirte a mis devociones y a mis
deseos.
jueves, 6 de febrero de 2014
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