Para Maribel
El fondo es de un tenue blanco
antiguo, que genera un ámbito de delicada suavidad. En su esquina inferior
izquierda presenta dos o tres leves pliegues para romper la uniformidad de la
fotografía. El piso es una tela blanca sedosa, plegada en desorden como las
sabanas de un lecho donde se hizo el amor. Ahora bien, sobre ese fondo y sobre
ese piso hay un cuerpo femenino y sensual que da la espalda al espectador. Es
un cuerpo pleno, de curvas marcadas, sexuales y excitantes. El cabello largo y
negro dividido en tres perfumadas cascadas, cae dócil sobre la espalda y a la
vez hacia delante sobre cada uno de sus hombros. La postura del cuerpo es
arqueada hacia delante, remarcando las hermosas nalgas y la sinuosidad de su
cintura. Un vestido negro transparente muy corto lo cubre a medias, pues la
hermosa ánfora de su traserito se percibe con sexual nitidez, sus corvas duras,
y ese surco que esconde la flor del placer que se dibuja como una ardiente
curva del deseo. Sus hombros desnudos, de piel pálida, suave a la vista y
seguro a las caricias, se ven con apremios de tocarlos y besarlos desde atrás
para paladear su intenso sabor a hembra. Los brazos, uno descansando placido
pegado a su cadera izquierda como una modelo que se acaricia la turgencia de su
cadera. El otro apoya la mano en el borde superior de la cadera derecha, la
mano abierta con el pulgar hundido en la carne tibia y los otros dedos tocando
su ingle con la sensualidad de una diva. Y luego sus piernas, desnudas, de
suavidad y tersura de mujer perfecta, están en pose semiabiertas para mostrar
sus torneadas y femeninas formas, el vértice superior donde se unen abre a la
imaginación del excitado fisgón toda la imaginería de una dama ambigua, pero
solo se adivina en ese entrepiernas el oculto secreto que la hace distinta. En
el borde superior de la hermosa pierna derecha se alcanza a divisar el borde de
la media, color carne, lo que le da el toque de coquetería a la perfección de
ese ángulo inquietante. Sus pies, calzados con elegantes tacos negros sin talón
están plantados con la actitud segura de la hembra que se sabe deseada. Un
detalle inquietante que solo un observador dedicado alcanza a distinguir, es
que en la mano derecha, un delgada pulsera roja, avisa que la brasa de ese
cuerpo esta viva y arde en el pecado de todo aquel que mira y desea la
deliciosa imagen de Maribel.
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