“hago nacer cada vez la boca que
deseo” (i)
Voy a por tu boca, a morderla, besarla,
abarcarla con mi boca, penetrarla con mi lengua, sorberla, ensalivarla,
beberla, succionarla, voy a por tus labios, a morderlos, besarlos, abarcarlos
con mi boca, abrirlos y lamerlos con mi lengua, sorberlos, ensalivarlos,
succionarlos, y beber en ellos tu saliva, voy a besarte hasta ahogarte de besos
intensos, largos, sin tiempo ni final, besos mordisqueados, húmedos, de roces y
inserciones linguales, besos chiquitos de niño tierno y besos grandes de macho
salvaje, de besos antológicos que se queden ardiendo en tus labios, quemantes y
dolorosos en su ansiedad sexual, que permanezcan por horas atrapados entre las
comisuras de tu boca, que sigan titilando como maripositas en su sensualidad
lenta e intensa por el borde de tus labios hasta volverse brasas incrustadas y
después cenizas que marquen los sitios por donde anduvo mi boca besando tu
boca, voy a acosar, acechar, violentar, violar tus labios hasta rendirte a los
míos e invadir tus dientes con los míos y mascarnos entre el tintineo del
entrechocar de los marfiles desesperados, insistentes y perseverantes como
furias de rompientes, voy a embriagarme de tu saliva y vagar ebrio de ti por
tus encías, voy a deambular borracho de tus besos resbalando por la lisura húmeda
de tu paladar, voy a comerme tu boca con besos anchos y perversos, a degustar
su carne viva con el hambre exultante de un fauno insaciable, voy a vagabundear
extasiado en ese espacio previo de tu voz, tu lenguaje y tu sonrisa, voy a
merodear empapado de ti por toda tu cavidad bucal en búsqueda de los
elementales orígenes de tu fascinante oralidad desatada.
(i) Rayuela.
Capítulo 7. Julio Cortazar.
Toco tu boca, con un dedo
toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si
por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para
deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca
que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con
soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que
por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe
por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez
más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y
nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se
miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente,
mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando
en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un
silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente
la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena
de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos
mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber
simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva
y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna
en el agua.
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