Odio los monstruos virtuales y patéticos que
asaltan asedian tus noches y atrapan tus palabras en sus cuencos sedientos,
lobos siniestros que te asumen en sus propias fauces de babas urticantes, facinerosos
que se retuercen en sus propias miasmas como gusanos hambrientos de tus voces
de silencio, de tu cuerpo invisible, de tu piel transparente, bestias en celo
desolado que te imaginan en sus sucias imágenes y sus pervertidas fantasía,
charlatanes de versitos mustios, de impudicias palabreras, de seducciones de
circo pobre, de vanos y dramáticos intentos inútiles. Burdos payasos que te
acosan sin saber intuir sospechar que soy yo el dueño de tus insomnios, de tus
palabras, tus voces, tu cuerpo y tu piel, que soy yo el que te ahoga y sofoca,
te deja sin aliento hasta querer morir, te deshace, te hace y te vuelve a
deshacer como nunca te había sucedido, el que lees y relees tratando de
entender los códigos de su verbo que se queda en ti reverberando e inquietando
tu alma de esfinge impoluta a lo largo y ancho el día, el que te provoca esas cosquillitas
en el estomago, el que te preocupa, te confunde, te excita y desconcierta, soy el
ángel demonio que se siente ya tu dueño aunque tú aun no lo sepas. Pero también
soy el torpe maldito insufrible que tocó la herida, la cicatriz, la memoria del
miedo, que echó sal en la carne viva, que ahora vuelve asustado a fojas cero,
al triste inicio titubeante, al temor constante de cruzar límites ambiguos o desconocidos,
y entonces también me odio y me reflejo y me mimetizo con esos patéticos
monstruos virtuales.
sábado, 9 de noviembre de 2013
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