Acostada de bruces, boquita abajo sobre el
lecho, sobre sábanas de oscuro gris perla iridiscente, relajada, el rostro
vuelto hacía el lado donde no está mi rostro como si yo no existiera, la mano
acaricia tu pelo, lo revuelve, lo enreda, la mano roza tu cuello, lo acaricia,
lo abarca con suavidad de maripositas en su tibieza de mármol soleado, escurre
sobre ese mágico cilindro, siente los latidos sumergidos de tu corazón
asustado, la mano, y sigue el derrotero sur de tu espalda, el desnudo territorio
pálido como un vasto desierto de tenues madreperlas y violentos ónices escondidos,
la mano toca, busca, roza, la mano descubre el inicio de las veinticuatro
perlas sumergidas e inicia el conteo de las horas, las primeras, las pequeñas y
delicadas cervicales, una a una,
rozando, acariciando con la yema en breves círculos, bajando, una a una,
rosario, ábaco, collar vertical fundido atrapado en tu piel carne, desgranando,
la mano dedo yema bajando en ese archipiélago oculto, soterrado, luego las torácicas,
delicadas facetas articulares, las fositas costales, una a una, con suavidad de
agrimensor egipcio encendido extraviado en la hilera de pequeñas dunas, y ahí
las dos curvas, concavidad y convexidad cruzadas, valle y colina atravesados en
una geometría no euclidiana, hiperbólica, donde por un punto, la yema de mi
dedo en tu piel, en un plano, la superficie deseada de tu espalda, pueden pasar
dos paralelas, a contrapelo del quinto postulado del griego misterios, generando
las sagradas topologías de la montura lobachevskiana con la misma forma del
entero universo, verso, beso, la mano, solo la mano, el dedo, su yema trazando
sintiendo los estremecimientos y quejidos de tus deseos bajo el embrujo del
irreverente geómetra que te posee dibujando sensuales líneas imaginarias en las
tibias arenas de tu cuerpo desnudo sobre las sábanas de oscuro gris perla
iridiscente.
viernes, 29 de noviembre de 2013
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