La primera vez seremos niños, puros e
incontaminados, jugando desnudos sobre el pasto fresco de la primera primavera
cerca de un arroyo cantarino en un bosquecito de cuento, todo será caricias
inocentes sin pecado concebidas, aprenderemos a besarnos sin urgencias ni
avaricias, dejaremos que los besos florezcan en los labios y las manos se
sorprendan en tiernos y suaves mimos. La segunda vez seremos adolescentes curiosos
escondidos entre los arbustos de un parque solitario con fuentes, árboles y
estatuas, sintiendo el pulso natural de la vida en esa ansiedad desconocida de
los cuerpos que iremos descubriendo en una danza de deliciosas impudicias,
bocas ansiosas de la otra boca, del sabor de la saliva y de las lenguas
juguetonas, las manos ya irán sabiendo los caminos de la húmeda o erecta
intimidad ofrecida y los pubis se restregarán vehementes intentado fusionarse
en una cómplice felicidad. La tercera vez seremos adultos vigentes, activos,
decididos, que ya saben lo que quieren, abrazados en un lecho envueltos en la
penumbra que derraman verdes cortinajes buscando ese efímero pero arrebatador placer
que nos haga olvidar por instantes el mundo de injustas miserias, de dolorosas
ausencias y de tristes soledades, que nos arrastre como un oleaje a la intensa
cercanía de dos seres que se aman y se entregan a las voluptuosidades de la
carne ardiendo, a los besos mordidos y las lenguas entrelazadas, a los brazos y
piernas trabados en un nudo acesante, a la dulce o loca pene-tración que
consuma y todo justifica. La cuarta vez seremos ya adultos mayores tanteando los
reflejos y brillos de nuestros años dorados, sin lúbricas o eróticas ansiedades
sino indagando con lenta y exquisita parsimonia la intensidad del sexo
profundo, de aquel que antes nos pareció una estéril pérdida de horas y
momentos, iremos explorando muy juntos tomados de la mano esa sensualidad de
rescoldo o de concho que guarda la esencia misma del goce en su plenitud refinada
de las manos dedos boca labios lengua que hurgan incitan excitan, de los mimos
obscenos, las caricias lujuriosas y los desvergonzados manoseos que se van
derramando por la piel como una miel tibia, como caracoles sigilosos y
memoriosos que saben muy bien donde se ocultan el dilatado resplandor del orgasmo
y el punzante destello de la eyaculación. Después, cumplida la amorosa
tetralogía de la aproximación, instauraremos el rito de repetir hasta el fin de
los tiempos el ciclo de las cuatro veces, hasta que acabemos de descifrar los pergaminos, y sepamos que todo lo escrito en
ellos es irrepetible desde siempre porque las estirpes condenadas a cien años
de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.
Nota del autor.- Lo escrito
en cursiva es una paráfrasis de las últimas líneas de Cien Años de Soledad, de Gabriel
García Márquez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario