Sola lejana, impasible, canteada o tallada en
dura piedra como un altiva esfinge inconquistable con la mirada fija en un
horizonte por encima de una ciudad para ti deshabitada, allí en medio de las
ardiente arenas del desierto de tus insomnios. Aislada del amor y del sexo, sedienta
de esos licores soñados o prohibidos, los mágicos brebajes que todo justifican,
la sangre burbujeante, la locura, el miedo, el terror al deseo, la fuga siempre
hacía el origen mismo del peligro, que justifican los labios entreabiertos por
los deseos y el rubor por las secretas vergüenzas, la certezas de sentirse a un
paso de caer en el ardiente precipicio, paraíso o infierno, (no lo sabes), del
sublime goce carnal, que justifican la lujuria, el infinito deseo, los ojos cerrados
deseando una cercanía pecadora en la larga noche interminable de la soledad
salvaje, de la calurosa humedad y del sudor. Acosada desde dentro de tus
propios laberintos, allá en la solitaria altura del desierto de rojas sedas,
por dedos amenazantes que te rozan apenas, manos que te invaden, apresan,
ahogan en una locura que te pene-tra y te asusta de tus propios deseos, que
tocan las fibras más sensibles de tu piel iniciando la noche y la hoguera. Pero
no eres solo piedra canteada con la forma e imagen de tu cuerpo detenido,
quieto, congelado en el miedo a despertar a la vida otra, a sentir la cálida brisa
que traen de los espejismos y las reverberaciones, porque se te vienen las mañanas
esperando ansiosa para acercarte cada día más a aquel demonio nómada que te
invade perverso o bendito, que posee tus lados oscuros que se confunden entre
deseos y miedos, entre un sí y un no, entre alegrías, risas y deseos. Y es que hay
un solitario beduino que te observa esfinge hembra, a la distancia, entre el
deseo, el temor y el misterio, que te espía desde un lejos inquietante, el
poseedor del verbo que te desconcierta, te revoluciona y confunde, el innecesario
morador de otro desierto que te desviste lascivo y asustado desde el dintel.
viernes, 1 de noviembre de 2013
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