La bata blanca espuma con sus
pequeñas figuras en rojos y negros cuyos dibujos se extraviaron en la ceguera
focalizada de las lujurias y las fantasías convergiendo ahí en la bata abierta
en el abismo del escote, abajo solo la camisola clara el canalillo los pechos
amplios mullidos sin sostén, deliciosamente caídos, frutas maduras donde se ha
instaurado la tibieza de oscuros sueños edípicos. Los ojos perdidos en su
limitación respetuosa siguen imaginando a través de las telas los duros pezones
erectos, la rugosidad sexual de las aureolas, el lúbrico olor del cuerpo recién
despierto, el sabor íntimo del sueño. La bata corta y abierta dejando los
muslos morenos a la vista pervertida del voyeur que se extasía absorto en la
sombra que se adentra hacia la convergencia vertical de las piernas piel canela,
dulces y suaves, la camisola corta cortísima se esconde bajo la espuma en
tímido exhibicionismo. Los cigarrillos que se consumen nunca tan rápido cuando
debieron permanecer por horas y horas con sus encendidas brasas calientes. Ella
despeinada y alegre, con la sonrisa pícara de niña jugando un secreto juego de
fuego, él con el deseo floreciendo en las palabras, en las miradas al borde del
descaro, palpitando ante esa piel desnuda al alcance de la mano, tocable pero
imposible. La conversa se alarga para que el tiempo no acabe nunca y todo se
cristalice en esos instantes, en esa intensidad voraz y erectante. El espectador
excitado se va en imaginarios vuelos de lamidos y cópulas, de mordiscos y
oralidades punzantes, de succiones y orgasmos, de sortilegios y eyaculaciones, las
manos desesperan por tocar acariciar apretar esas carnes tan cerca y a la vez
tan distantes del milagro y el vicio, por acceder a la vertiente del pecado
original, a la flor copihue florecida en sus umbrosas honduras y romper el
respeto debido, descartar leyes, normas o buenas maneras, y entrar en el delito
como en un baile de máscaras y exultantes tormentos.
domingo, 12 de octubre de 2014
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