viernes, 31 de octubre de 2014

NORA EN SU ATARDECER


La frescura de la tarde casi anochecida, el crepúsculo que deviene en referente de ocultos deseos acumulados contra el muro de una amistad de años que no se rompe ni cristaliza, ella sentada en el sofá sola silenciosa en la penumbra del atardecer que se desmorona hacía la noche, el beso en la mejilla que deja el roce de su rostro titilando en la boca ansiosa, la sonrisa, el dulce tremolar de las ansias, la negra polera sin mangas que declara sus ebúrneos hombros morenos, el short rojo carmín muy corto, el torbellino atrapante de sus muslos, su escote, sus brazos, sus piernas, el olor de su piel que huelo o imagino, el cigarrillo y la conversa y los ojos atrapados en tanta piel desnuda al alcance de las manos de la boca de los dedos del miembro que late avergonzado pero expectante, la urgencia del beso lengua, del roce de las manos sobre los muslos morenos, la boca labios insertándose en el canalillo entre los grandes mullidos pechos, la imaginación que se revuelca en su propia cloaca, allí en el sofá yo ahí a su lado temblando inmerso en su paisaje de las altas araucarias, los ríos cristalinos, la salvaje selva sureña y los nevados volcanes, el rojo copihue y los piñones, el aroma a humo y a yerbas ancestrales, se termina el cigarrillo, la noche se extiende hasta la mitad del beso en la mejilla que se queda ardiendo en los labios mientras camino sin mirar atrás sintiendo su hierática soledad dispersando como el puelche el polen de todas las blancas flores del canelo.

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