sábado, 1 de noviembre de 2014

ROJO INVISIBLE


À la comtesse invisible du haut château

Ahí estaba ella como una esfinge beata y pudorosa, monja de clausura, abadesa inquisidora, feroz persecutora de desvíos, perversiones y plagios, ahí, incomunicada no visible, transparente para el amigo fauno lobo hambriento, sin imagen ni silueta ni sombra, de rojo y sin nada debajo, solo las manchitas en la piel que fue lamida, con las pulseras que se sueñan en los médanos de la lujuria y el anillo que da destellos de luz cuando su mano se aplica a insistentes masturbaciones, las uñas rojo granate repitiendo las oscuras brasas que refulgen en el rojo excitante y violento pero invisible. Inmaterial en su rojo incitante, cortito con vuelos en el ruedo, etérea en ese color de pasión desenfrenada, su cuerpo desnudo frotado con levedad de mariposa por la seda suave y sensual, allí, incorpórea, pero con sus deseos reprimidos, con sus fantasmas y sus trancas, con su ética incorruptible y su vulva ansiosa de dedos lengua verga, de lamidos succiones penetraciones, de orgasmos y mojadas convulsiones. Impalpables, desde los vuelos vaporosos del ruedo se asoman unos vellos púbicos con delicado y coqueto desparpajo, pero es un vana gloria efímera porque nadie los ve, no hay ojos machos que la gocen en su intensidad negada a la fina experiencia del exhibicionismo virtual. A veces también se hace la invisible con un desabillé cortito negro transparente y un short verde suave que deja al aire de su altísimo castillo sus mórbidos muslos pálidos, entonces es imperceptible, oculta en su nueva trama de la jardinería de florcitas y verde pasto como una mantis absorbente succionante carnívora retozando a la espera del macho desprevenido e ingenuo que será su alimento y que se entregará al brutal sacrificio en el dulce ritual del besamanos, todo sea por el arte.

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