À la comtesse invisible du haut château
Ahí estaba ella como una esfinge
beata y pudorosa, monja de clausura, abadesa inquisidora, feroz persecutora de
desvíos, perversiones y plagios, ahí, incomunicada no visible, transparente
para el amigo fauno lobo hambriento, sin imagen ni silueta ni sombra, de rojo y
sin nada debajo, solo las manchitas en la piel que fue lamida, con las pulseras
que se sueñan en los médanos de la lujuria y el anillo que da destellos de luz
cuando su mano se aplica a insistentes masturbaciones, las uñas rojo granate
repitiendo las oscuras brasas que refulgen en el rojo excitante y violento pero
invisible. Inmaterial en su rojo incitante, cortito con vuelos en el ruedo, etérea
en ese color de pasión desenfrenada, su cuerpo desnudo frotado con levedad de
mariposa por la seda suave y sensual, allí, incorpórea, pero con sus deseos reprimidos,
con sus fantasmas y sus trancas, con su ética incorruptible y su vulva ansiosa
de dedos lengua verga, de lamidos succiones penetraciones, de orgasmos y
mojadas convulsiones. Impalpables, desde los vuelos vaporosos del ruedo se
asoman unos vellos púbicos con delicado y coqueto desparpajo, pero es un vana
gloria efímera porque nadie los ve, no hay ojos machos que la gocen en su
intensidad negada a la fina experiencia del exhibicionismo virtual. A veces
también se hace la invisible con un desabillé cortito negro transparente y un
short verde suave que deja al aire de su altísimo castillo sus mórbidos muslos pálidos,
entonces es imperceptible, oculta en su nueva trama de la jardinería de
florcitas y verde pasto como una mantis absorbente succionante carnívora retozando
a la espera del macho desprevenido e ingenuo que será su alimento y que se
entregará al brutal sacrificio en el dulce ritual del besamanos, todo sea por
el arte.
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