viernes, 9 de enero de 2015

CONCUSPICENCIAS SURREALISTAS


Vuelos de recatadas mariposas de cambiantes colores, anaranjado y negro, celeste o azul claro o un matiz francés del ultramarino, o el azul clásico de los jeans, un rosado tan claro que se ve blanco. Juegos cómplices de la luz, tintes que ocultan los pálidos muslos, los oscuros y ralos vellos del pubis, la sutilezas de la carne desnuda de pudores. El dedito gordo de un pie con la uñita pintada y el segundo dedito medio escondido detentan heroicos la sensualidad fetichista del mirón. Sobre verde extraño o azul celestial, sobre blanco bordado perlescente, sobre caobas y mullido beige. Cuatro pudorosas visiones de escondidos paraísos. Se desnuda lentamente, midiendo el tiempo que demora la ropa en caer al suelo para formar a sus pies un elegante animal. Ahora él sabe que está ebrio; pero ebrio a voluntad, como el llanto, como lo pueden estar, sin duda, los espejos en el día de los grandes tumultos. Sabe esperar que ella forme a su lado un montón de carne, de dulces olores y penetrantes pestañas. Sabe que, de súbito, esa masa inanimada se recupera y se incorpora al reino zoológico del amor. Basta un suspiro, entonces, para deshacer el encanto o para originar un placer más luminoso. Sabe, además, que esta medida del tiempo, llevada a sus consecuencias más insospechadas y remotas, se puede transformar en una persecución delirante a través de las sábanas, el cuerpo de la mujer acariciada y la noche que al lado exterior del cuarto se mueve y conversa rápidamente (i). Rojo, negro, índigo o paquete de velas, blusa damasco anaranjado algo transparente, invisibles el brassiere negro, el colaless negrito. Arduas y difíciles inspiraciones sin el vértigo de lo sexual, del deseo encendido por manchitas y pelitos asomados, sin rijosos pensamientos ante las visiones impúdicas, sin el obsceno engrane de la nerdioza [sic] exhibicionista y el ansioso voyerista, sin la aguja insistente de la brújula de la deliciosa erección.

(i) “Una heroína de Walter Scott”, en Bouldroud, Teófilo Cid, 1942.


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