“Pasé los labios en sus muslos. Ella saltó como un reptil.”(i)
Sedoso rojo satinado, concho de
vino, guinda seca, morado o púrpura, luz y sombras, pliegues abriéndose a la
clara suavidad de los muslos, a las manchitas lunares, al pie lejos extendido
con la uña blanca, a las piernas juntas, apretadas, en negado acceso vúlvivo o
improbable restriego masturbatorio, al morbo de la piel madura, fruta y néctar,
incitación a sobajeos lascivos, a roces fálicos, a lamidos y pervertidas
ensalivaciones, a surcar desde la juntura de las rollizas rodillas subiendo
entre las cerradas piernas hasta la bloqueada verticalidad sexual y solazarse
en el voluptuosos cosquilleo de los ralos vellos en el sensible glande. El
muslo en pleno, su pálida textura, tibia lisura que las manos recuerdan con
indecorosos detalles, su curva arco suave comba derrama en pasivo o coqueto
desparpajo su densa sensualidad, la mariposa corazón aleteando impúdica en el
vaho oloroso a hembra en celo contenido, el esplendor dérmico, lunar y
fosforescente, las íntimas constelaciones de las manchitas titilando en la
voracidad del que mira extasiado. Puedes
darme un cuarto de hora de tierra firme. En ti surgen los desiertos, los oasis.
Tus odios son grises, ya lo veo en este líquido sanguíneo donde mezco mi coraza
de rufián. Mi natural erguido. ¿Lo ves? Sientes que el amanecer disgrega sus
luces diarias. Con trabajo someteré tus gustos a mi sed. Los haré a semejanza
nuestra, con tus pómulos, tu vientre, tu inquietud. Y mi saliva (i). (En un
cercano sitio, invisible pero vigente, un negro musculoso y mullido, acechador
y vibrante, hecho a mano para proporcionar ciertos placeres equívocos, vestido
de negra cuerina, espera muy quieto su turno, que de seguro, por femenina curiosidad
o erótica experimentación, tarde o temprano llegará.)
(i) “Bouldroud”, Teófilo Cid, 1942.
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