Fue un rumor de mar lejano, de
espumas costeras, de coloridos papagayos por el sol de la tarde y dulzores de
maduros duraznos mañaneros, fueron oleajes de blancos y grises pentagramas, de
cortas y coquetas crisocolas, de furioso rojo el poniente, sola ella en otro
lecho jugando a ser hembra incitante, a erguir príapos distantes, a invocar
afrodisíacas memorias, sicalípticas instancias onanistas, escabrosas alturas de
campanarios y hierbabuenas, de cópulas urgidas y vertiginosas, allá las uñas
pintadas de blanco mortecino, acá las insistentes manchas lunares, y los divinos
muslos fosforeciendo en el sofoco de su no asumido roce premasturbatorio,
inconsumado pero vigente en la mente de la musa asediada y tentada por el fauno
obsceno, la camisola sugiere la marina frescura nocturna y también el vaho
tibio que viene de la verticalidad que oculta. Fueron lascivias previas a la llovizna
sobre la playas del insomnio, al silencio de una habitación desconocida, a la
soledad imponente frente del mar infinito, al atardecer que socava las raíces
de la calma con los labios sedientos, urgencias de ella mostrando sus atributos
con tímido descaro mientras la mano del que observa no toca pero siente, palpa,
masajea, acaricia, en el recuerdo verbalizado tantas veces que reconoce cada
manchita, cada pliegue, cada músculo o cada deliciosa suavidad. Fue un olor de
mar lejano, de algas en la orilla, un sabor de sabroso marisco abierto, de
salado sudor de piel soleada, y un rumor de mar lejano que traía en sus
incesantes oleajes intensas imágenes eróticas de sus muslos incitando al
naufragio.
sábado, 17 de enero de 2015
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario