Bajo el mullido y esponjoso
oleaje verde oliva, oscuro suave, sus muslos pálidos en sus juegos de lujurias
y envites, esa mórbida piel tantas veces acariciada bajo las premoniciones de
la lluvia y en la altura de barcos nocturnos atracados a un puerto imaginario,
blanduras de sabrosa madurez, plenitud del lamido atravesando las
constelaciones lunares, la huella del corazón o la mariposa, el panal de
pequeñas abejas alborotadas escondidas en el revés de la rodilla, y el asombro
lúbrico, la revelación y el éxtasis de los vellos púbicos asomados expuestos
visibles con delicioso desparpajo, incitación a las erectas vicisitudes del
macho ansioso, turbulencias lujuriosas del piloso vértice oscuro, pendejitos,
pelitos ralos, breve musgo del rincón vúlvico donde acuden a abrevar lengua
labios príapo dedos, allí, su sexo negro,
suave como un plumón de pájaro, entre tejidos verde petróleo, verde chartreuse,
verde claro, y las florcitas desperdigadas por el campo donde ella sueña, era como un faro de sombra para mis ojos en
un revuelto mar de tibias olas pálidas. Un aroma sutil como de islas exóticas
en la tibieza suave de sus muslos
flotaba. Servidumbres del sexo, en cópula o masturbación, deshojes del
pudor, trizaduras del recato, impudicias desatadas en los segmentos del día
caluroso o en las oquedades de la noche sudorosa. Una tierna jauría de canes de
peluches, viciosos mirones de sus pies con sus uñitas pintadas, yace revuelta
voyereando desde su ángulo favorecido el siempre oculto periné y la humedecida
vulva prohibida, envidiados por el mirón siempre ansioso porque en la proximidad ardiente del placer de su
carne me incendiaba el olor de todos sus secretos.
* En cursivas versos de Libros de
Amor, Juan Ramón Jiménez, 1911-1912.
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