Displicente y sensual,
exhibicionista y coqueta, azul sedoso esplendecente, con una blanca flor en
bordada textura asomada vertiendo un ramito de vellos púbicos con elegante
desparpajo bajo el pliegue de ese oleaje azul iridiscente, sumida en los brazos
del negrote desconectado que estuvo por ahí en cercano sitio, invisible pero tentador
y vigente, oscuro, musculoso y mullido, acechador y vibrante, hecho a mano talabartera
para proporcionar solitarios placeres equívocos, vestido de negra cuerina como
un siempre dispuesto gladiador romano esperando paciente y muy quieto su turno,
sabiendo que por femenina curiosidad o erótica experimentación, tarde o
temprano llegaría, y que ahora llegó. El albo calzoncito, bombacha, cuadros,
tanga o bikini, su tenue sensualidad, la blanda comba bajo su femenino tejido, su
perfume misterioso y su roce inicial en la tibieza que oculta, la nostalgia de
la mano que un día abarcó ese paraíso hurgando en su convexidad sexual en busca
del surco cauce de la flor escondida de la vulva. Sus hermosas piernas
apuntando al ventanal, los grandes ojos del perrito de peluche mirando esos
muslos claros con sus manchitas fulgurando como planetas de un distante cielo
erótico, intentando, vicioso mirón, ver más de lo que se muestra, el lecho
pecador en cópulas y masturbaciones, la luz del día allá en el fondo de
penumbras mañaneras, las piernas cruzadas, las uñitas pintadas refulgiendo
alcanzadas por el destello claro que ilumina en secreto esa piel obscena que
hiere en su lascivia voluptuosa y yergue, endurece, acosa, incita y excita la
membresía entera del observador atrapado en sus lisuras.
A partir de las imagos sexualis de enero 23.
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